José María Marco
¿Todos somos Echenique?
En sí, el caso Echenique no merecía la atención que ha recibido. Pablo Echenique es una persona con una enfermedad irreversible que ha hecho un gigantesco esfuerzo para salir adelante. En este sentido, resulta un ejemplo.
En la relación con el asistente personal se adivina el esfuerzo para facilitarle la vida y tal vez animarle a que regularizara su situación. Todo esto es cierto. También lo es que Echenique es un político y que a los políticos se les pide, en nuestro país sobre todo, «ejemplaridad». Ninguna conducta resiste el foco de la «ejemplaridad», pero es lo que se ha impuesto gracias a esa «nueva política» que representan Echenique y sus colegas.
Además, a los políticos se les toma al pie de la letra, algo en lo que los compañeros de Podemos no parecían haber caído. Así que cuando se formulan condenas tan tajantes como las que Echenique ha vertido acerca de las empresas y los empresarios que no pagan la Seguridad Social –y en ocasiones con tantas o más justificaciones que aquéllas a las que él recurre– no le debería extrañar que se le aplique la misma vara de medir.
En la justificación de la conducta hay además algo intrínsecamente perverso, como si Echenique y sus amigos tuvieran la varita mágica que permite dictaminar cuándo una conducta es fraudulenta y cuándo no lo es. No hace falta decir que lo es cuando yo así lo dicto. Los compañeros politólogos –que por un empleo que crean lo hacen con fraude– se sitúan por encima de la norma. Responsables son siempre los demás y estos son los que mueven a actuar contra la legalidad. En realidad, los auténticos revolucionarios son el sistema, o el capitalismo. Marx no decía otra cosa.
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