Política

José María Marco

Una Diada nacional

Una Diada nacional
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Aunque hoy parezca difícil imaginarlo, la Diada no tenía por qué haberse convertido en una celebración antiespañola. Y aunque les parezca mentira a los nacionalistas, hay otras cosas que celebrar en Cataluña que la conmemoración de una supuesta derrota del nacionalismo catalán, casi dos siglos antes de que empezaran a existir el nacionalismo y la nación nacionalista catalana. Y es que, tal como se ha venido celebrando, la Diada no es una fiesta nacional. Es la consolidación de una ruptura social que divide a Cataluña en dos mitades. El daño está hecho y va a ser muy difícil recomponer la situación.

Los partidos políticos no nacionalistas pueden, eso sí, empezar a articular una actitud y un argumento que no deje indefensa, abandonada, a esa parte de la sociedad catalana que no quiere dejar de serlo, pero sin dejar de ser española. Ahora es el momento, justo cuando ni siquiera las miles de personas que participan en la Diada oficial pueden disimular el hecho de que el nacionalismo ha estado carcomido por la corrupción desde sus inicios, que el centro catalanista está hundido y que el catalanismo está ahora en manos de unos populistas demagogos que consideran a los españoles en Cataluña exactamente con el mismo desprecio con que sus colegas y socios de otros países europeos miran a los inmigrantes o a los judíos.

Ahora bien, como el daño es tan profundo y la incapacidad de los partidos políticos que tenían el deber de defender y promocionar la idea de una España nacional ha sido tan inmensa, es necesario que haya algo más que una reacción puramente política. La otra Diada, la diada de los no nacionalistas, los que no quieren excluir sino integrar, no podía por tanto estar monopolizada por los partidos. Así ha ocurrido gracias a Societat Civil Catalana. Es un éxito por el que hay que felicitar a los organizadores. También es el principio de un camino muy largo en el que surgirán numerosas oportunidades de volver a abandonar el terreno a los nacionalistas.

Es imprescindible que lo que se ha iniciado este año, bajo la amenaza del referéndum independentista, continúe desarrollándose cuando ésta empiece a descomponerse, de aquí a muy poco tiempo. Por eso mismo, es previsible que la reacción del nacionalismo sea muy dura, al borde mismo de la histeria. Si de verdad en Cataluña se ha empezado a perder el miedo, como esta celebración parece indicar, habrá que seguir reivindicando el sentido común, la sensatez, el seny y la senyera. Las banderas nacionales no son banderas nacionalistas. Al revés, el nacionalismo –incluido el nacionalismo catalán– siempre ha intentado destruir las naciones, comunidades políticas nacionales que se enorgullecen de lo que son, de una realidad plural y diversa, no de una pureza futura hecha de depuraciones y de exclusiones. También de miedo, de mentiras y de corrupción.