Marta Robles
Una realidad negligente
Todo en torno al aborto es oscuro. Más allá de las leyes y las hipocresías, de los defensores de la interrupción del embarazo y de los de la vida existe un universo oculto donde las cosas suceden cada día, sin que nadie las controle. Las clínicas abortistas, negocios al fin y al cabo, protegidas por unas leyes en continuo vaivén trabajan a destajo sin que se alcance a conocer sus números reales o su verdadera manera de funcionar. Lo que sí parece claro es que en ellas todo es urgencia. Por parte de quien llega y de quien quiere hacer el trabajo lo más rápidamente posible, no vaya a ser que sobrevenga algún problema y haya que responder por él. Pero claro, como las prisas no son buenas para nada, en el camino de dejar resuelto el asunto cuanto antes, sin que nadie se entere de lo ocurrido, se escapan las pruebas de su existencia, los datos de las mujeres que se han sometido a los abortos, sus nombres, sus apellidos y hasta los residuos orgánicos, parte de ellas mismas, que acaban en los contenedores, como cualquier otra basura del día.
Todo resulta tan sórdido como probablemente ilegal. Al descubierto quedan las identidades de las pacientes, las semanas de gestación, la nacionalidad, los antecedentes médicos y quirúrgicos...Y hasta la evidencia de que, en algunos casos, lo que se practican son interrupciones químicas del embarazo, en varias sesiones. Pasa en Madrid, en Zaragoza y probablemente en muchas más clínicas abortivas españolas, donde deshacerse de vías, agujas, batas y hasta de colillas totalmente prohibidas en los espacios sanitarios supone el pan nuestro de cada día. Es una realidad negligente que necesita ya, una solución.
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