Paloma Pedrero
Una vida de pobre
Marcela, la del parque, me dice con jactancia que ella es obesa mórbida. Lo demás es todo una letanía de lamentos. «Es que tengo al marido impedido. Dos ictus, fíjese, con cincuenta y tantos le dio el primero. Ahora apenas ve y no quiere salir a la calle. Yo tampoco me empeño porque, hija, nos podemos caer. Y yo con eso de ser mórbida tengo mucho peligro. Al perro si le saco a pasear, es que ya comprende que es distinto. Mi marido al váter llega. Porque, además, mi piso es de 30 metros. Y, fíjese, fíjese que ahí hemos vivido siete. Nosotros, mi madre y mis cinco hijos. En literas todos. Es que la vida de pobre es mu mala. A ningún sitio voy, aquí al parque, y ni una cervecita... Y luego para casa, que Rosendo hace de las suyas. Y lo hace aposta, no crea, le gusta verme mover el culo, y eso que no ve. Pero... Es que a veces pienso que sí ve y sí razona pero no le interesa que yo lo sepa. Y ahí, los tres juntitos todo el día. Ah, y dormimos juntos también. El perro en el medio. Es que verá, perdone que le cuente esto, pero mi Luki me protege. Porque, oiga, es que día sí y día también, ¿me entiende? Es que este hombre no se cansa. Así con Luki en medio le cuesta más atinar. Ésta es la vida de pobre, sabe usted, como no hay nada en lo que gastar».
Y Marcela se ríe y tira la pelota a los perros y vuelve a reírse. Y yo que tanta compasión sentía por ella, descubro que está mórbida pero regada y, aunque pobre, no menos feliz que yo.
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