César Vidal

¿Y ahora qué?

¿Y ahora qué?
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La muerte de Hugo Chávez ha disparado inmediatamente las especulaciones sobre el futuro de Venezuela. Para los optimistas, el fallecimiento de Chávez implica una esperanza más que firme del fin del chavismo al que esperan derrotado en unas elecciones que, constitucionalmente, tienen que celebrarse en el plazo de treinta días. Otros, por el contrario, creen que el chavismo sobrevivirá ya trasmutado totalmente en una dictadura semejante a la castrista. Sabido es que desde hace tiempo he venido insistiendo en los llamativos paralelos existentes entre el chavismo y el fascismo de Mussolini. Partiendo de esa base y de lo que le pasó al Duce habrá quien crea que me alineo con los optimistas. No es así. En 1943, con las tropas anglo-americanas en territorio italiano, el fascismo estaba dispuesto a sobrevivir incluso a costa de su fundador. El gran consejo fascista destituyó a Mussolini, procedió a encarcelarlo, logró que el general Badoglio fuera nombrado presidente de Gobierno y entabló conversaciones para una paz separada con los aliados. Con seguridad, el fascismo hubiera sobrevivido a la derrota e incluso formado al lado de los aliados en la victoria contra Hitler, de no ser porque Otto Skorzeny rescató a Mussolini del hotel del Gran Sasso en que estaba recluido y el Duce mantuvo su alianza con el III Reich. Sin embargo, no hay la menor posibilidad de que nadie, ni siquiera un comando de las SS, rescate a Hugo Chávez del confinamiento en que se encuentra ahora. Precisamente por ello, lo más fácil es que el chavismo no desaparezca sino que se adapte. Muy posiblemente, lo hará como el peronismo. Procurará maquillar los elementos más claramente anti-democráticos y continuar combinando el palo con la zanahoria para perpetuarse en el poder en una combinación típicamente fascista de nacionalismo e intervencionismo socialista. Partiendo de esa base, el que gane o no las próximas elecciones resulta relativamente secundario. Lo importante en realidad es si se solidificará como un partido que, apelando a Bolívar y al antiamericanismo, siga aspirando a ganar elecciones como los sandinistas en Nicaragua o los peronistas en Argentina. Si lo consigue, si sus escuadras de asalto –bastante menos vistosas que los camisas negras, todo hay que decirlo– no se disuelven sino que son capaces de gritar al Chávez muerto de la misma manera que los piqueteros siguen vociferando lo de «¡Perón, Perón, qué grande sos!», entonces el peligro no habrá quedado conjurado. Por el contrario, seguirá ensombreciendo la existencia de los que aman la libertad durante las próximas décadas.