Restringido

Ya está contado

La Razón
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En mis obligadas citas de los lunes con Antonio Mingote para comer y arreglar el mundo, no todo eran coincidencias. Para Antonio, Fred Astaire era un genio, y para mí, un pelmazo. Para Antonio, la mujer más guapa de la historia del cine se llamaba Ingrid Bergman –en mi valoración ocupaba el segundo lugar–, y para quien escribe ese trono le correspondía a Sharon Stone. Para Antonio, las borrajas eran exquisitas, y para mí, comida de vacas. Pero coincidíamos en que la actriz española más atractiva y natural era Ana Duato. Antonio falleció en el maldito día 3 de abril de 2012, y la serie «Cuéntame» de TVE se hallaba en su esplendor. A mí, personalmente, la serie me importaba un dátil, pero la soportaba por Ana Duato exclusivamente. Sucede que las series interminables terminan por agotar a los espectadores. No he visto el primer capítulo del nuevo arranque de «Cuéntame», pero leo que ha constituido un fracaso. Y lo siento por Ana Duato, porque los guiones de la serie son sectarios y parciales, y lo que pretenden contar ya está contado bastante mal. Una serie de televisión no puede cubrir la tercera parte de la vida de los que la siguen. Se empieza viéndola –«visionándola» como dicen los pedantes del ramo–, días más tarde de la Primera Comunión y se fallece con anterioridad a su desenlace final. Me informan que en Antena-3 se emite otra serie que ha superado los siete años de vida, una cosa que sucede en un pueblo llamado Puente Viejo con una protagonista, doña Francisca, que está dispuesta a enterrar a todos los que siguen actualmente la serie. Acudió la marquesa de los Álamos Altivos a una consulta médica especializada en Oncología. Los análisis no abrigaban esperanza alguna. Y el doctor, suavizando la gravedad de su caso, le intentó hacer ver que su vida tenía un límite razonablemente establecido. Ella asumió su tragedia. –Solo le pido una cosa, doctor. No deseo morir antes que doña Francisca–. El deseo no pudo cumplirse. Fue enterrada en el panteón familiar de las Lomas de Urbel –Burgos–, en el último noviembre. Como ha sucedido con «Cuéntame», se dará el batacazo del hastío.

Una serie de televisión educada no puede extenderse más de un trimestre. De tal forma que todos los espectadores sepan quiénes son los buenos, quiénes los malos, quiénes los valientes, quiénes los cobardes, quiénes los frescos y quiénes los acrisolados virtuosos. Si la vida del ser humano tiene un límite, la de una serie de televisión está obligada a adaptarse a la duración media de la existencia de sus seguidores. Por otra parte, aunque las técnicas del maquillaje oculten la realidad, los actores y las actrices también envejecen, y que el niño Manolito que juega en el río siga siendo el desobediente Manolito cuando cumple los cuarenta años, no parece conveniente. He seguido con interés dos o tres series, amablemente limitadas en el número de sus episodios. Una brasileña, que se desarrollaba en «Sau Paulo», con maravillosos decorados, gente muy guapa y planos cortos. Y otra colombiana que interpretaba una actriz portentosa, Margarita Rosa de Francisco, tan natural y atractiva como nuestra Ana Duato. Seguir otras series equivale a hipotecar la vida a cambio de nada.

Lamento, por Ana Duato, que no por TVE, ni los guionistas, ni el resto de los actores –eso que los cursis llaman ahora «elenco actoral» en lugar del reparto de toda la vida–, que «Cuéntame» se haya desinflado. Es lógico. Lo que cuentan mal está mejor contado por diferentes y no coincidentes ensayos políticos y sociales. Todo tiene su fin. De vivir Antonio, lo lamentaría como yo lo estoy haciendo, pero con toda seguridad, seguiríamos hablando de otras cosas, otros paisajes y otros mitos. No sigan en «Cuéntame» insistiendo en contarnos nada porque nos sabemos el cuento de memoria.