A pesar del...

Cristina Vázquez, el perdón y la vida

Sábato abominaba de las novelas policiales o de detectives, cuyo atractivo estriba en un misterio que solo es desvelado en las últimas páginas.

Tuve el honor de conocer de niño a Ernesto Sábato, porque era amigo de mi familia. Años más tarde lo saludé después de la representación de su «Romance de la muerte de Juan Lavalle», y me dijo sonriendo: «¡Hace un metro que no te veo!». Y mucho después lo visité en su casa de Santos Lugares, porque me llevó Elvira González Fraga.

Lo traigo a colación porque recordé que abominaba de las novelas policiales o de detectives, cuyo atractivo estriba en un misterio que solo es desvelado en las últimas páginas. Eso no es literatura, solía decir, sino un artefacto.

De ahí que en su primera novela, de 1948, El túnel, hay un crimen, pero exento de toda incógnita, porque sus primeras líneas son: «Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne».

Lo recordé al leer la excelente novela de Cristina Vázquez Salinero, Ingrato es el perdón, que publica Europa Ediciones. Aquí también el secreto es conocido por Laura, la joven protagonista, apenas comenzado el relato, que va hilvanando una serie de tramas centradas en la investigación que empieza a absorber a Laura y que finalmente cambiará su vida.

Y de la vida va la novela, que tiene tres partes: «Una vida», hasta el capítulo 33, la edad de Cristo; «La otra vida», con capítulos en números romanos hasta el XIV, las estaciones del vía crucis; y después una tercera parte, «La misma vida», que recupera el capítulo 34 y lleva la historia hasta un epílogo que no descubriré para no incurrir en lo que ahora se llama espóiler, y que se llamó siempre destripar.

Las vicisitudes de Laura, aunque no sea un libro de detectives, atrapan al lector hasta el final. Ella es un personaje cautivador, como lo son sus padres, su amigo Perico, sus amores, y los diversos personajes secundarios que aparecen poco pero enganchan como los MacGuffins de Hitchcock. Simplemente, queremos saber quién es el vecino que todos los días a las 7:30 empieza a enredar con la cafetera. Y así con todas las historias que se entrecruzan en el itinerario de Laura, sacudiendo lo que nos importa en la vida, a saber, la familia y los afectos.

Laura se ve impulsada al perdón que, sí, puede ser ingrato, pero es indispensable. Justamente, como la vida.