Fundación Víctimas del Terrorismo
El legado de Miguel Ángel Blanco contra ETA
Echar la vista atrás para recordar aquellos días de julio de hace veinte años es rememorar a un país atormentado. El secuestro, tortura y asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA marcó un antes y un después en la capacidad de respuesta de nuestra sociedad, especialmente de la vasca. El espíritu de Ermua que nació entonces fue una explosión social de dignidad que empujó a los dos grandes partidos, PP y PSOE, a poner en marcha los instrumentos políticos, jurídicos, penales y diplomáticos que condujeron a la derrota policial de la banda. Hoy, debemos celebrar que ETA no asesine, pero también tener presente que no se ha disuelto y que sus representantes están presentes en las instituciones con un objetivo: blanquear la historia etarra. Dos décadas después del asesinato, Batasuna ya no está sola. Podemos y PNV comparten buena parte de su discurso desde una equidistancia deplorable. Existe el riesgo de esa involución dramática en el llamado relato vasco. Hasta tal punto que un partido tan atacado por ETA como el PSOE ha dado la espalda a los homenajes a Miguel Ángel Blanco en importantes ayuntamientos del país. La democracia no puede permanecer contemplativa ante esa política de dignificación de los asesinos. Está obligada a preservar la memoria y desarrollar una imprescindible pedagogía que garantice el legado de la verdad sobre lo que ocurrió. La victoria no será total hasta que ETA no haya desaparecido, haya entregado las armas y se hayan esclarecido los 300 asesinatos sin resolver. Es una cuestión de dignidad y de justicia. Se lo debemos a las víctimas, a Miguel Ángel.
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