Podemos
El «trirrojito» espera a Errejón
Suele decirse que la izquierda es plural. En contra de la derecha, que es granítica, monolítica y una. Como si se derivase de una virtud democrática que sólo ellos poseen. Desde el punto de vista histórico, no se sostiene, sobre todo en la historia de España, algo que vuelve a demostrarse sólo viendo la composición del Congreso. Querer homologar Unidas Podemos con el PSOE, por lo menos con el histórico felipismo o socialdemocracia (ya llegará el momento de saber a qué familia pertenece Pedro Sánchez), es mezclar un partido que tiene que ver más con los viejos partidos comunistas jerarquizados y despreciativos con la «democracia burguesa», con una formación de clara inspiración democrática. Pablo Iglesias quiere estar en el Gobierno como primera estación para asaltar las instituciones del Estado y ponerlas al servicio de una política en favor de los desfavorecidos, algo que es muy loable, pero que supone la asfixia democrática, como peronistas y chavistas –por no irnos más lejos– a los que tanto admira han demostrado. La aparición de un nuevo partido nacido de la costilla derecha de UP, como el que está diseñando Íñigo Errejón, guarda también reminiscencias históricas que tienen que ver con una corrección pragmática de una política desconectada de la realidad social del país. Sucedió en los años 20 al comprobar el carácter autoritario de la Revolución Rusa, en los años 70 con la reformulación del socialismo democrático a través del eurocomunismo y lo hemos vuelto a comprobar en las diferentes facciones de Izquierda Unida que acabaron en el PSOE, destino último de las viejas aventuras revolucionarias. La aparición del nuevo partido de Errejón amadrinado por Manuela Carmena es sin duda una fórmula más suave que la de UP, pero hay que entender que en este fraccionamiento clásico de la izquierda entran en juego factores personales que tienen que ver con una lucha descarnada por el poder. No son tanto las diferencias programáticas entre Iglesias y Errejón, como el lugar que cada uno debe ocupar en la pirámide. Pudo verse en las elecciones a la Asamblea de Madrid del pasado mayo, donde la suma de PSOE, UP y Más Madrid no pudo alcanzar la mayoría: unos y otros dijeron lo mismo, aunque a diferente nivel de decibelios. Es el sueño de un «trifarrojito» donde se mezclan demasiadas sensibilidades políticas, desde la que defiende el escrache, el derecho de autodeterminación, la nacionalización de las eléctricas y que considera que España no cumple los estándares democráticos, a la de un partido como el socialista que acoge votantes de centro sin ideología identificable que se pondrían a temblar por la política fiscal de Iglesias y Errejón. Las diferencias entre estos últimos residen sobre todo en que uno quiere ensanchar la base social con más empatía –y simpatía–, como sería el caso de Errejón, más allá de la izquierda y la derecha, cerrando el puño pero menos; el otro, Iglesias, quiere la hegemonía de la izquierda y esto pasa por asaltar la calle Ferraz, un intento que se ha demostrado baldío. Si Errejón se presentase a las generales del próximo 10 de noviembre con su nuevo partido, sería tanto un competidor para Iglesias como para Sánchez. La cuestión es saber a quién de los dos puede hacer más daño. Su irrupción sería una cuestión de estilo, aunque difícilmente sumaría, muy al contrario. En las autonómicas de 2019, Más Madrid quitó el 48% de votos a UP y el 13% al PSOE. Errejón anda estos días desubicado en la Asamblea de Madrid, algo indolente, como si la institución le viniera pequeña, debatiéndose sobre si es el momento de lanzar su partido, sobre todo después del rotundo fracaso de las autonómicas. Puede que Iglesias le anime a presentarse para asistir a la caída de uno de sus grandes enemigos.
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