Podemos

Iglesias frente a su liderazgo

La Razón
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Con Pablo Iglesias ha ganado la lógica consecuencia de lo que es y significa Podemos en el panorama político actual: un movimiento de izquierda radical, vagamente marxista, que busca su propia vía hacia el poder. Pero se equivocaría mucho el indiscutible vencedor si, como le sucedió al ex secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez, creyera que el éxito de su formación puede sustentarse exclusivamente en las bases más militantes del partido. Es cierto que ha conseguido el 89 por ciento en la votación para secretario general, pero hay que tener en cuenta que en la del Consejo Ciudadano su lista sacó el 50 por ciento y que sus aliados anticapitalistas tuvieron un 13 por ciento, mientras que la de Errejón ha conseguido un 33 por ciento. Por lo tanto, pese a su derrota o, mejor dicho, gracias a ella, Errejón ha permitido visualizar la existencia de una nada desdeñable proporción de seguidores que parecen convencidos de que hay otras opciones en el terreno doctrinal y de estrategia en Podemos y de que es el camino de la institucionalidad el que mejor puede llevar a las transformación social y política de España a la que aspiran. Nosotros creemos que un triunfo de estas ideas sería una transformación en negativo que destruiría los grandes avances sociales, políticos y económicos que han situado a España entre las naciones más desarrolladas del mundo. Si el largo tercio de militantes que ha apoyado las tesis de Errejón tiene una futura traducción en votos, es decir en las urnas, es algo que sólo el tiempo dirá pero que el equipo vencedor, insistimos, debería tener muy en cuenta, so pena de repetir la marginalidad parlamentaria en la que se situó la vieja Izquierda Unida. Ahora, la responsabilidad de evitar la consumación de la ruptura recae sobre los hombros de Pablo Iglesias, que tendrá que hacer honor a sus protestas de unidad y humildad proclamadas ayer en el escenario del coso madrileño de Vistalegre, procurando, si no la integración de los derrotados, al menos su cooperación. En este sentido, nada más perturbador para el futuro del partido morado que las insinuaciones de purga de los que plantearon ayer la conveniencia de que Errejón dimitiera de su cargo de portavoz parlamentario para «rebajar tensiones». Es evidente que en la pugna entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón han intervenido tanto razones personales, legítimas en cuanto a la aspiración de liderar el partido, como diferencias de planteamiento estratégico, más que ideológicas. Las primeras se han resuelto mediante la votación de los militantes y, por lo tanto, al perdedor sólo le queda admitir democráticamente la derrota. Pero la cuestión de fondo político puede tener otras lecturas, en la línea de lo que advertíamos al principio, y que pasan por determinar si Pablo Iglesias pretende un proyecto «a la griega» con el que, tal vez, aunque es muy dudoso, consiguiera réditos electorales a corto plazo o, por el contrario, admite que la actual realidad de España, incardinada plenamente en una comunidad de intereses como es la Unión Europea y, por lo tanto, con un modelo económico abierto e incompatible con el dirigismo estatal de los medios de producción, hace inviable su programa, por vago que este sea. En el primer caso, el ejemplo del líder heleno, Alexis Tsipras debería servir de aviso a navegantes sobre el corto recorrido del voluntarismo y de las aventuras populistas. Ciertamente, la otra disyuntiva limita mucho el quijotismo de quien se proclama adalid de las gentes y, desde un partido de izquierdas, significa tanto como admitir una aproximación, si quiera táctica, a la socialdemocracia europea que en España ha venido representando el PSOE.