Partidos Políticos

Iglesias rompe todos los consensos

La Razón
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No le hubiera ido mal a Pablo Iglesias haber repasado la intervención de Santiago Carrillo, secretario general del PCE, en la moción de censura del 28 de mayo de1980 contra Adolfo Suárez. «En esta cámara, hemos dado pruebas, y muchas, de nuestra voluntad de que el país no se divida en dos campos opuestos», dijo y añadió que nunca separaría a los españoles por ser de derechas o de izquierdas. Aquella lección, que pronunció a dos voces con Adolfo Suárez, su adversario político, fue la que marcó la España que hizo posible la Transición que arrancó el 15 de junio de 1977. Cincuenta años después, Podemos se ha propuesta acabar con aquel consenso y diseñar una España enconada en la diferencia ideológica y territorial. La moción de censura presentada ha sido el cénit de esta escenificación. Pero Pablo Iglesias no será presidente del Gobierno. Tendrá que esperar y, ante la perspectiva de no encontrar aliados para sus operaciones políticas, deberá empezar por sumar apoyos sin someter a sus posibles socios en sumisos vasallos. Sumar requiere no sentirse el centro del universo político, sino un actor más, con 71 diputados, representación autonómica y municipal, aunque con escaso historial en logros concretos. Si algo quedó claro en el debate de estos dos días es la inadaptación de Podemos al parlamentarismo entendido como la capacidad de llegar a acuerdos con otras fuerzas políticas no afines para elaborar leyes que beneficien al conjunto de los ciudadanos. Por contra, evidenció su obsesión escénica por romper los consensos básicos sobre los que se basa lo que califican con desprecio el «régimen del 78». La moción de censura fue un campo de operaciones perfecto para representar esa ruptura, precisamente en la sede de la soberanía nacional. El «sistema», la «triple alianza», la «casta», la «trama» es nueva neolengua con mucho de ciencia-ficción que precisamente por estar fuera de la realidad de los ciudadanos permite que los diputados de Podemos, en vez de cambiar desde el Parlamento las leyes que no les gustan, prefieran la opción más cómoda: demoler el edificio entero con gran estruendo mediático. El presidente censurado Mariano Rajoy superó el envite sin dificultad y, frente a un país que chapotea en las aguas más sucias de la corrupción, según Iglesias, supo presentar otro que se recupera de la crisis económica y que pide una regeneración en la gestión público. En su estreno, el nuevo portavoz del PSOE, José Luis Ábalos, fue lo suficientemente ambiguo como para que Iglesias reiterase su propuesta y se sumase a la operación de «echar al PP de las instituciones». Abstenerse cuando debía optar por el «no» ha dejado abierta la posibilidad de nuevas aventuras políticas desde otras bases entre Pedro Sánchez e Iglesias. De entre todos los insultos y desprecios que se oyeron ayer en el Congreso, hubo uno que no podemos pasar por alto. Pablo Iglesias se burló de forma hiriente de Albert Rivera al decirle: «Para afiliarse al PP en Cataluña en el año 2002 hay que ser bastante facha». Pero en honor de muchos cargos públicos populares hay que recordar que muy poco antes, el 14 de diciembre de 2000, ETA asesinó al concejal del PP en la población barcelonesa de Viladecavalls, Francisco Cano, fontanero de profesión. En 2014, Iglesias conferenciaba por las «herriko tabernas» elogiando la inteligencia de los etarras que supieron ver que la «legalidad española» era irreformable. Esto debería llevar a reflexionar a Pablo Iglesias sobre un límite que nunca debería sobrepasarse: entre la vehemencia, incluso la dureza, y el odio que había en sus palabras transita el espacio por el que el parlamentarismo debe ser una actividad viva, en contacto con la realidad y los problemas de los ciudadanos, noble y respetuosa. Según una encuesta de NC Report, el bloque del centro-derecha sacaría casi los mismos diputados que los que obtuvo en 1977 (183 frente a 197), mientras que la izquierda serían casi idénticos (135-137).