Elecciones autonómicas

Pedro Sánchez, en caída libre

La Razón
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No parece entender el secretario general socialista, Pedro Sánchez, que cuando se opera en una realidad determinada las mismas acciones provocan idénticas consecuencias. El hecho es que el PSOE no deja de perder votos desde que él está al frente del partido, por más que los diversos acuerdos suscritos con la izquierda radical y con grupos de corte nacionalista, mediante los que ha conseguido recuperar poder territorial, hayan servido para disimular el alcance de la caída. En efecto, la estrategia de apartar al PP del Gobierno, mediante pactos de perdedores, en aquellas autonomías y ayuntamientos donde habían ganado los populares, permitieron enmascarar los pésimos resultados del PSOE en las elecciones municipales de 2015 –cuando Pedro Sánchez llevaba ya diez meses al frente de su partido–, pero, al mismo tiempo, sirvieron de coartada a la nueva dirección de Ferraz para no tener que afrontar las consecuencias de la radicalización del partido que llevaba implícita esa política frentista. Consecuencias que cristalizaron en las siguientes citas electorales –la del 20 de diciembre de 2015 y la del 26 de junio de 2016–, que supusieron la pérdida de 2.600.000 votantes con respecto a los resultados conseguidos por Alfredo Pérez Rubalcaba en 2011, que no fueron, precisamente, buenos. Es decir, con Pedro Sánchez al frente del PSOE, el partido socialista se ha dejado a una cuarta parte de sus electores por el camino. Se trata de un fenómeno general en toda España que, además, amenaza con mantenerse en el tiempo, como demuestran los sondeos publicados ayer por el CIS sobre la intención de voto en las próximas elecciones autonómicas en Galicia y el País Vasco. En la primera comunidad, los socialistas perderían dos escaños, repitiendo su peor resultado histórico, mientras que en las Vascongadas se anuncia un descalabro de grandes dimensiones: el PSE se quedaría en 8 diputados, frente a los 16 que tiene actualmente en el Parlamento vasco. Lo más impactante es que mientras el voto constitucionalista crece en su conjunto tras su nadir de 2014, el del PSOE baja a la par que los radicales y los independentistas. No se trata, por supuesto, de injerir en la organización interna de un partido, de cualquier partido, ni mucho menos en la elección de sus líderes, sino de constatar una circunstancia insoslayable en el análisis. Porque no es fácil hallar un ejemplo tan rotundo de insistencia en el error como el que representa el discurso programático de Pedro Sánchez, empeñado en la descripción casi caricaturesca de una realidad que la sociedad española no sólo no reconoce, sino que percibe como sectaria y obstruccionista. Sin embargo, la actual dirección socialista se empeña en seguir alejando a los votantes más socialdemócratas de su partido –los mismos que en 2011 decidieron votar al PP o refugiarse en la abstención– que no comparten la deriva radical, ni mucho menos los coqueteos con las fuerzas nacionalistas. El PSOE debe abordar un profundo cambio, si no de personas, sí de discurso, para detener la sangría de apoyos y, al menos, recuperar aquellos votos que se le fueron al Partido Popular en 2011 y que, luego, han recalado en Ciudadanos o se hallan huérfanos de partido. Tal vez, el que las expectativas de Podemos se estén desinflando permita a Ferraz ganar tiempo, pero no conseguirá en última instancia corregir la tendencia. Con su política de bloqueo institucional, rechazada por la mayoría de los españoles, Pedro Sánchez se aboca a un nuevo descalabro electoral o a correr el riesgo de terminar de hundir al PSOE en unos hipotéticos acuerdos con radicales e independentistas por su exclusivo interés personal. Todo indica, pues, que en Galicia y en el País Vasco los electores van a expresar qué es lo que opinan de un líder que se niega a aceptar el resultado de las urnas. Pero hay tiempo para rectificar.