Crisis del PSOE
Sánchez abochorna a España
El trato recibido ayer en Ferraz por la presidenta del Comité Federal del PSOE, Verónica Pérez, a quien ni siquiera se le permitió salir del recibidor, resume el bochornoso espectáculo en que se ha convertido esta crisis de partido, que amenaza con fracturar irremediablemente al socialismo español. Atrincherado en la Secretaría General, con sus peones colocados en los puntos neurálgicos de la dirección y, sobre todo, con una «sanchista», Isabel Celaá, al frente de la Comisión de Garantías, Pedro Sánchez ha decidido llevar el pulso hasta el final, con el objetivo de trasladar la solución del conflicto al voto de la militancia. Para ello, Sánchez no ha dudado en violentar las normas internas del partido y, lo que es peor, la debida lealtad a sus compañeros. Nunca en la historia del PSOE, desde la Transición, un enfrentamiento interno se había librado por una de las partes despreciando la lógica política y con tales niveles de acritud. Pero la situación de desconcierto que embarga al seno del PSOE y, por ende, al resto de sus militantes y simpatizantes, no debe confundirnos sobre las causas últimas de una crisis, que no sólo tiene un componente personal –por más acusado que éste sea–, sino que viene de la discusión sobre el papel que debe representar el Partido Socialista en el sistema político español. Es decir, que en el análisis del actual conflicto no es posible desligar la figura de Pedro Sánchez y sus ambiciones de la desviación ideológica que se ha operado en la formación. Es, a nuestro juicio, el núcleo del planteamiento que hizo ayer la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz –líder de la federación que más escaños aporta al Congreso de los Diputados– cuando señaló que la desnaturalización de los principios que conformaban al partido frente a la opinión pública era la causa principal de la pérdida de electores. Que para un amplio sector de la sociedad, el PSOE había dejado de ser reconocible porque se había adulterado su identidad. La causa de la deserción general de los votantes –más de seis millones de apoyos perdidos desde 2008– hay que buscarla, pues, en el abandono de las políticas moderadas llevado a cabo, y son palabras de la propia Susana Díaz, por una dirección «cegada por los fogonazos de los nuevos partidos emergentes». Como en 1979 –cuando el entonces secretario general Felipe González planteó el gran cambio ideológico del socialismo español, que suponía la renuncia a los viejos postulados marxistas para abrazar la línea socialdemócrata que imperaba en la Europa libre–, la raíz del problema vuelve a ser esencial, y estriba en responder a la pregunta de si un partido homologado con el socialismo de corte occidental, que defiende la economía libre de mercado y los postulados constitucionales, puede sobrevivir a un proceso de radicalización izquierdista que sólo responde a una coyuntura de crisis económica y social excepcional. En los hechos, tozudos, está la respuesta. El PSOE ha perdido la confianza de sus votantes, que no se reconocen en el discurso catastrofista y sectario de la actual dirección, y va directamente hacia la irrelevancia o, lo que es más probable, a ser absorbido por el populismo, en un proceso similar al sufrido por Izquierda Unida. Contra esa malversación del caudal político se han alzado los dirigentes del llamado sector crítico, sin otro objetivo que reconducir el partido sin el apremio de la ambición personal del secretario general. El PSOE necesita tiempo y tranquilidad para reconstruirse y volver a situarse en el espectro político de manera reconocible, y no es algo que se pueda sostener exclusivamente sobre la militancia. Susana Díaz lo dejó muy claro en una advertencia dirigida contra la tentación peronista de Pedro Sánchez: los militantes y simpatizantes son el partido, por supuesto, pero éste no se construye sólo con ellos, sino con los millones de ciudadanos que le otorgan su voto. Desde esta perspectiva, la estrategia de Pedro Sánchez de encastillarse en su posición no puede ser más suicida. En primer lugar, porque no se puede liderar un partido contra la voluntad de la mayoría de los dirigentes, mucho menos enfrentándolos a sus bases. En segundo lugar, porque está profundamente equivocado sobre lo que la sociedad española demanda de un partido como el PSOE. Con su actitud sólo ha conseguido perder elección tras elección –hasta siete convocatorias electorales sucesivas–, alentando las expectativas de la izquierda radical, a la que legitima con su discurso. La crisis abierta es grave, hasta el punto de que puede condicionar la propia supervivencia del socialismo español, y Pedro Sánchez no ha hecho más que enconarla.
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