Quisicosas
Es estúpido despreciar a tu enemigo
Trump ha pasado de chulearse porque los países le besan el culo a pedir a Xi que lo llame para hacer buenos negocios
Me ha iluminado Rafael de Dezcallar cuando explica que China no es hija de la tradición grecolatina ni la Ilustración, sino del Confucionismo, de modo que el conjunto social es más relevante que el individuo. Eso no sólo relativiza la importancia de las libertades, sino el marco temporal de los planes: el mandato de Trump es breve para el plazo histórico que se da China para conquistarnos. Tampoco la guerra, comercial o física, interesa en Pekín. Estados Unidos concibe lo que está ocurriendo como una batalla económica y política y usa sus armas –los aranceles– como obuses, pero China está en otra cosa. Ni interviene en Yemen, ni en Sudán, ni hace nada especial por resolver las guerras de Gaza o Ucrania, lo único que cuida es la relación con todos los actores, porque con todos quiere negociar. Es difícil entender a un pueblo que permite que le vigilen con cámaras siempre y cuando le garanticen la prosperidad. Un régimen cruel donde la disidencia es mínima. Cuando era pequeña no había chinos en España, si exceptuamos el monigote amarillo con largos bigotes de fideo y gorro cónico que salía en la propaganda del flan. Un día visitamos asombrados un restaurante donde el arroz blanco se mezclaba con la tortilla francesa y el jamón york y, cincuenta años después, estos señores son los dueños del mundo. La industria mundial está deslocalizada en su territorio, fabrican y exportan todo y colonizan comercialmente África, Sudamérica y el resto de Asia. A los países se les promete dinero, no libertades. Es estúpido despreciar a tu enemigo, especialmente si va ganando, y además te lleva a hacer el ridículo. Trump ha pasado de chulearse porque los países le besan el culo a pedir a Xi que lo llame para hacer buenos negocios. Quizá hubiese debido escuchar a personas como Claudio Feijoo («El gran sueño de China») que calcula entre 20 y 40 años el tiempo que necesita Pekín para hacerse con el mundo a través del llamado «soft power». Diez mil millones de dólares ha invertido para ser amado: los jóvenes del tercer mundo estudian las carreras en China y las multitudes africanas ven series suyas como nosotros incorporamos en su día los «western». Las élites hablarán mandarín. Allí fuera el mundo ha cambiado las hamburguesas por los tallarines y nosotros no nos pispamos. Por cierto, a Europa no se arriman. Sencillamente, no les interesamos. Cuanto teníamos (know how técnico e industrial) ya lo han absorbido y a nosotros nos dejan los museos, las ciudades hermosas y esclerotizadas, nuestra tercera edad y una juventud anestesiada por el mito del bienestar. No van a hacernos mucho más daño y nos recibirán cortésmente, como a Pedro Sánchez. De vez en cuando visitarán nuestros museos.