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Los puntos sobre las íes

Malas noticias para Maduro, ZP e Iglesias

El premio Nobel de la Paz acelerará exponencialmente la transición a la democracia

Cuando por razones de mera actualidad todos pensaban que el Nobel de la Paz iría a parar ayer a Donald Trump, la Academia noruega se descolgó con un nombre que no por merecido resultó esperado: María Corina Machado. La heroína sudamericana recibió la noticia en esa clandestinidad a la que se ha resignado a vivir desde que Nicolás Maduro robó las elecciones de julio de 2024. Comicios a los que ella no se pudo presentar tras ser inhabilitada por un periodo de 15 años por el Tribunal Supremo a las órdenes del narcodictador, delegando el rol en el triste a la par que valiente Edmundo González. Lo de ayer representa, obviamente, un gran paso para la líder de Vente Venezuela, pero, lo que es más importante, un gran salto para los demócratas de esa nación hermana en la que viven tantos españoles. Y específicamente para los familiares de los 850 presos políticos encerrados en condiciones infrahumanas por ese tirano al que espero Satanás llame pronto a su gloria. Para quienes viven entre torturas físicas y psíquicas en El Helicoide, La Tumba, Ramo Verde y demás instalaciones del Gulag venezolano. Para quienes pasan tres o cuatro noches seguidas sin dormir porque los carceleros les ponen música a todo volumen o focos deslumbrantes desde que anochece hasta que amanece. Para quienes reciben en su cama los orines y las heces de sus vigilantes. Para quienes son apaleados porque se rebelan o, simple y llanamente, porque les apetece a los sádicos funcionarios de esa SS caribeña que es la Dirección General de Prisiones. Para los huérfanos de las 10.000 personas ejecutadas extrajudicialmente en la última década por la Gestapo chavista. Para los 7,9 millones de ciudadanos que se exiliaron en Colombia, Brasil, Estados Unidos o España para no pasar hambre, para evitar las expropiaciones o, simplemente, para salvar la vida. Y la concesión de la distinción más prestigiosa del mundo es, para empezar, la peor de las noticias para Nicolás Maduro, asesino, terrorista, corrupto y narcotraficante. Mala nueva que se une a las medidas que está implementando la Casa Blanca para acabar con la satrapía que padece Venezuela desde hace 27 años. Donald Trump ha puesto precio a la cabeza de Maduro –50 millones de dólares– y está bombardeando cada una de las embarcaciones del Cartel de los Soles que abandona las costas venezolanas rumbo a los Estados Unidos. Un jaque mate en toda regla al líder chavista por dos elementales razones: se le corta el chorro de dinero sucio que le ha permitido amasar una fortuna de 4.000 millones de dólares, mientras se le revuelven los gánsters para los que trabaja. Gánsters que lo acabarán liquidando si el negocio continúa estrangulado. El círculo virtuoso del galardón de los galardones que recibirá María Corina en Oslo el 10 de diciembre va mucho más allá, ya que acelerará exponencialmente la transición a la democracia. Ocurrió en Sudáfrica tras el Nobel de la Paz a Desmond Tutu y Nelson Mandela, en Argentina después de que el agraciado fuera Pérez Esquivel, en Polonia tras recibirlo el superlativo Lech Walesa, en Birmania tras ser premiada Aung San Suu Kyi y espero que el de Liu Xiaobo sea preludio de la libertad en China, aunque esto último tomará más tiempo. Y sucederá en Venezuela. Nuestros ojos contemplarán a María Corina ponerse, más pronto que tarde, la banda que la distingue como presidenta de la nación. Lo de ayer es una sentencia de muerte política para Maduro, pero también el peor de los augurios para sus aliados españoles: harían bien Zapatero y el delincuente de Pablo Iglesias en poner sus barbas a remojar.