Las correcciones
El Papa Francisco y su legado
El próximo Papa se enfrentará al desafío de seguir haciendo de la Iglesia católica un referente moral
En un mar en calma propio de un día de verano, una lancha patrullera de la Guardia Costera italiana surca el Mediterráneo con el Papa Francisco a bordo. Es el 8 de julio de 2013. El primer viaje apostólico de Jorge Mario Bergoglio desde que fuera elegido cabeza de la Iglesia católica en marzo de ese mismo año. La imagen, rompedora, dio la vuelta al mundo. La visita a Lampedusa se convirtió en toda una declaración de intenciones del nuevo Pontífice.
Desde el principio, Francisco quiso encabezar una Iglesia que se ocupara de las «periferias existenciales», que llevase la esperanza y el consuelo a una humanidad herida. Primer Papa no europeo desde más de 1.000 años y el primero de América, eligió el nombre de Francisco, en alusión a San Francisco De Asís, conocido por su humildad. Rechazó el fastuoso apartamento papal y eligió la residencia vaticana de Santa Marta, donde falleció este lunes a la edad de 88 años. Francisco fue tan excepcional como excepcionales fueron las circunstancias en las que fue elegido Pontífice tras la abdicación de su predecesor Benedicto XVI, tan diferente a él.
Con un aspecto débil y una voz frágil, el Papa Francisco reapareció el Domingo de Resurrección para impartir la bendición «Urbi et Orbi» y recorrer por última vez la Plaza de San Pedro. Moriría 24 horas después. «Gracias por traerme de vuelta a la Plaza», dijo a su asistente personal antes de marcharse.
Su pontificado fue largo y rico en iniciativas y textos. Escribió cuatro magníficas encíclicas que fueron más allá de las cuestiones de la fe y la familia. En «Laudato si» (2015) dio una visión católica del cambio climático atribuyendo el fenómeno a «la adicción al consumo» que perjudica, sobre todo, a los más pobres. Sin embargo, sus textos aunque brillantes, quedaron, a menudo, desdibujados por sus entrevistas que causaron más confusión que claridad en asuntos espinosos como el divorcio o la homosexualidad.
Los destinos que visitó también fueron una muestra de su singularidad apostólica. Los viajes a Mongolia, Kazajistán, Irak o India descubren a un Papa que se aleja de su centro histórico, Europa, para abrazar el sur global. No en vano, es el nuevo vivero de fieles ante el declive de la fe en Occidente. Sus opositores le afearon que no hiciera nada por frenar esa sangría de creyentes en Europa o América del Norte. En cualquier caso, fue criticado tanto por los conservadores que le acusaron de despreciar la tradición, como por los progresistas que le tacharon de tibio en asuntos clave como la ordenación de las mujeres, el fin del celibato o los abusos sexuales en la Iglesia.
Este pulso ideológico se trasladará al cónclave en el que 135 cardenales de todo el mundo elegirán a su sucesor. Francisco nombró a 108, la mayoría de ese sur global que quería reivindicar y que probablemente sean más cercanos a su visión de la Iglesia. Este puede ser su mayor y secreto legado. El próximo Papa, sea cual sea su ideología o talento, se enfrentará al desafío de seguir haciendo de la Iglesia un referente moral en las tinieblas del mundo moderno. La multitudinaria despedida que se ha organizado al papa Francisco podría ser la mejor muestra de cómo, a pesar de todo, este vigilante de Dios ha conseguido mantener encendida la llama de la fe.