El trípode del domingo

La Pascua de Resurrección

Jesucristo murió en la Cruz el día previo al Sabbat, cuando sacrificaban el cordero pascual el día previo a su liberación con Moisés al frente

Hoy, tras estos días santos vividos entre el frío y la lluvia en gran parte de España, –y que han provocado que muchas procesiones se suspendieran entre la tristeza e incluso el llanto de muchas fieles–, ya es día de gozo, al conmemorar la Resurrección del Señor. Hoy es el Domingo de Pascua, –«el paso» de la muerte a la vida de Jesucristo– y que sustituye a la Pascua judía del Antiguo Testamento, que celebran el Sabbat (el sábado) recordando el «paso» de la esclavitud del pueblo judío en Egipto, a la libertad. Precisamente, Jesucristo murió en la Cruz el día previo al Sabbat, cuando sacrificaban el cordero pascual el día previo a su liberación con Moisés al frente. Ese rito era para con su sangre marcar las jambas de las puertas de sus casas y que el Ángel exterminador pasara de largo y no sacrificara a sus primogénitos.

El Señor será así el «Cordero de Dios», el «nuevo» cordero pascual, el que «lava los pecados del mundo y que libera –de su esclavitud– al hombre.

Las apariciones de Jesús resucitado recogidas en los evangelios, comenzaron en la madrugada del Domingo como sabemos, sin perjuicio de la previa y única a Su Madre, que entre otros, recoge la Beata Ana Catalina Emmerick en sus escritos sobre la Pasión. No escasearon sus apariciones para que sus discípulos no tuvieran duda alguna acerca de ese extraordinario suceso recogido en las Sagradas Escrituras y que Él mismo les había anunciado. Incluso quiso mostrarles sus cinco llagas en los pies, las manos y el costado, y que –como pidió Tomás para creer– pudieran meter sus dedos en ellas. No eran personas crédulas, y Jesucristo lo sabía, aunque le reprochó a Tomás que necesitara «ver para creer», bendiciendo a quienes «creerían sin ver». De hecho, inicialmente no acababan de creer a las santas mujeres a las que envió a informar a los apóstoles de su retorno a la vida, y no se convencieron hasta que «dos discípulos» al atardecer del domingo, tuvieron aquel encuentro con Él cuando caminaban hacia Emaús, consternados y entristecidos por lo sucedido.

Más veces se les apareció en los cuarenta días transcurridos hasta su Ascensión a los Cielos en Gloria y Majestad, unas veces a todos ellos, y otras a algunos en concreto, como en el episodio de la pesca milagrosa. Fue su tercera aparición, y recogieron «153 peces» que casi rompían la red. Ese número tan preciso, «casualmente» coincide con el numero de Avemarías del Rosario hasta la incorporación de los misterios de luz por San Juan Pablo II.