Luis Alejandre

«3.000 millones»

En resumen, ¿qué ha hecho Europa estos días en Bruselas? Lavar, descargar su mala conciencia a base de cheques y concesiones. Mala conciencia por el insensato efecto llamada, una versión de nuestro «papeles para todos»

La Razón
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Nos dejó escrito Clausewitz que «el primero, el supremo, el acto de reflexión más trascendente que el estadista o el comandante en jefe tiene que hacer, es establecer la clase de guerra en que se han embarcado, sin confundirla, sin tratar de convertirla en algo ajeno a su naturaleza». En cierto sentido nuestro Ortega también nos advertía: «Cada realidad ignorada, prepara su propia venganza». Europa está embarcada en una guerra, la ha confundido, pretende ignorarla y trata de convertirla mediante otros 3.000 millones de euros en algo ajeno a su naturaleza.

Las crónicas que nos han llegado de Bruselas referidas a la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los 28 a la que se incorporó el primer ministro turco Davutoglu, hablan de «nuevas exigencias del gobierno otomano que llegaban por sorpresa». Y como casi siempre las decisiones se tomaron –imagino con menos sorpresa– tras maratonianas sesiones en las que más se vota por agotamiento que por convicción. Siento pensar que nuestros dirigentes europeos viven en otra órbita. Al parecer no recuerdan que ya en junio del año pasado, Londres anunciaba la construcción de un muro de 3 kilómetros en Calais; que en agosto, Bulgaria terminaba el suyo en su frontera con Turquía; que en septiembre, Alemania ya montaba controles en su frontera con Austria y Hungría cerraba la suya con Serbia; en octubre, Hungría y Eslovenia cerraban los pasos con Croacia; en noviembre Noruega introducía controles fronterizos y Macedonia lo hacía con Grecia. Ya en este año, incluso Suecia y Dinamarca se vieron obligadas a controlar sus accesos. Y todos conocemos las cifras de los seres humanos que se apilan en Grecia, en Turquía, en Jordania o en Líbano.

¿Qué más puede sorprender a Europa? Nunca en la Historia, una unión política había dispuesto de una burocracia tan extensa y dotada. Nunca conocimos un Parlamento con 751 eurodiputados bien remunerados y asistidos. Nunca habíamos conocido a tantos politólogos, sociólogos y analistas. Nunca tantos corresponsales de medios. Nunca tantas redes sociales. Nunca tantos observatorios, foros, «think tanks» y mesas de diálogo. ¡Y llegan por sorpresa los turcos con exigencias! ¿Es que no saben desde hace cinco años que Turquía maneja la crisis siria con cartas marcadas? ¿No conocen su ancestral capacidad para el regateo? Saben de sobra que no solo pedirán otros 3.000 millones, sino que jugarán a fondo su baza para entrar en Europa como miembro de pleno derecho. Como primer paso ya han conseguido eliminar los visados de entrada para sus nacionales.

Me pregunto cómo ven esta negociación Jordania y Líbano que también sufren la enorme presión de los refugiados y a cambio de qué está dispuesta a votar a favor Grecia, el país europeo situado entre dos no europeos: uno, la siempre para ellos difícil Turquía –aunque compartan responsabilidades en la OTAN– y el otro, FYROM (Forward Yugoslavian Republic of Macedonia) la República con la que aún discute el propio nombre de Macedonia e incluso su bandera.

Con todos estos mimbres, Europa contempla cómo Estados Unidos –ciertamente con aliados europeos a título individual– y Rusia, pilotan una tregua sobre suelo sirio, sobre el «origen», la zona en la que quizás deberían invertirse los 3.000 millones facilitando su reconstrucción y el regreso de los huidos por la guerra.

Por supuesto hay más actores. Significativo que el secretario general de Naciones Unidas visite ahora Tinduf y los campamentos saharauis, cuando quizás debería plantar su bandera en el propio Damasco y pilotar la crisis en el origen. Un predecesor suyo Dag Hammarskjold que vivió las guerras de Corea, Suez, Hungría, Camboya y Tailandia, se jugó la vida cuando volaba hacia el Congo, para mediar personalmente con Katanga la intervención de sus cascos azules. Estoy seguro que hoy, el respetado político sueco, viviría el problema en origen, llámese Damasco, llámese Ankara, llámese Teherán.

En resumen, ¿qué ha hecho Europa estos días en Bruselas? Lavar, descargar su mala conciencia a base de cheques y concesiones. Mala conciencia por el insensato efecto llamada, una versión de nuestro «papeles para todos». Pero no toda la culpa de lo que sucede en este difícil Oriente Medio es europea. Hay odios religiosos entre los propios musulmanes; hay enormes diferencias económicas –y en consecuencia graves desigualdades sociales– entre sus países. Unos no saben cómo gastar todo lo que el petróleo les ha proporcionado; otros, hermanos en su misma fe, sobreviven con salarios de hambre. Y de esto no es culpable Europa aunque algunos quieran endosárselo. Pero saben éstos, que una confusa y dubitativa política no va a responder con energía y decisión. Mucho menos con fuerza. Y de esto se aprovechan.

Como ciudadano europeo me alegro de que por lo menos se asegure la subsistencia de miles de personas que sufren. Pero por otra, me duele que paguemos para que otros carguen con nuestros pecados. No deja de ser una forma de prostituirnos.