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Historia

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Así se partió en dos la cristianidad europea

Así se rompió Europa. Un daño que en 1963 se comenzó a curar y que ahora en Lund ha encontrado nueva y fecunda respuesta. Queda mucho camino por delante. Pero los medios no faltan: por primera vez cristianos de diversas facetas y judíos caminan juntos

La Razón La Razón

Hace años, no muchos, se hubiera calificado de impensable el hecho de que un Papa acudiera a Lund para, en cierto modo, participar en esa conmemoración del quinientos aniversario de la presentación de los 95 puntos de Wittenberg por aquel maestro agustino de nombre Martin Lutero a quien apoyaban otros inmersos como el en el nominalismo voluntarista. El gesto del Papa que responde al asumido por la Iglesia en el Concilio Vaticano II lleva en el fondo un argumento que debemos extraer del silencio para que nos sirva de ayuda en ese restablecimiento de un correcto humanismo que constituye la más importante de las necesidades de nuestro tiempo. En el fondo viene a dar la razón a nuestro Carlos Viera necesario dialogar aclarando la doctrina antes de pronunciar una sentencia condenatoria que consolidase la ruptura ideológica que se venía produciendo. Quizás sea conveniente recordar al lector ciertos puntos. León X era hijo del más famoso de los banqueros florentinos, un Medicis, y su padre había comprado para él uno de los capelos cardenalicios porque con trece años de edad se preparaba para una carrera dentro de la Iglesia. El historiador sabe que de los errores es siempre posible aprender.

Pero para entender las cosas es indispensable remontarse en el tiempo buscando noticias clave en el prólogo: en 1328 los maestros universitarios se dividían en dos sectores. El tomismo insistía en la defensa del libre arbitrio y de la capacidad racional para el conocimiento especulativo, y el scotismo ponía en primer término el individualismo de la persona y el conocimiento experimental, de donde nace la ciencia moderna. La Iglesia ha canonizado tanto a Santo Tomás el dominico como a Duns Scoto el franciscano. Lutero arrojarba al lodo las dos afirmaciones calificando de siervo al albedrío y llamando «prostituta» (en el sentido bíblico de la palabra) a la racionalidad. Es importante para los españoles que conmemoramos el centenario de Cisneros que éste, en la Universidad de Alcalá, intentó la convivencia y entendimiento entre las dos corrientes contratando maestros tomistas y escotistas a fin de que la enseñanza fuese más completa. Permítanme el abuso en la expresión: al lado de la Poliglita Complutense la versión luterana de la Biblia parece una simple mediocridad.

En 1328 tienen lugar tres acontecimientos sustantivos. Petrarca encuentra a Laura y descubre que el amor humano es un simple «desorden de las tentaciones». No pretendo decir que tuviera razón, pero en eso lo hemos convertido en nuestros días, rebajándolo al nivel de una simple relación biológica. Guillermo de Ockham reclama del Papa el reconocimiento del nominalismo voluntarista como única interpretación. Y Francia e Inglaterra inician la primera de las grandes guerras europeas, a la que calificamos de los Cien Años, si bien, separada por treguas y modificadas en sus alianzas, va a prolongarse como método político esencial hasta 1945, incrementando las pérdidas a medida que iba progresando la ciencia moderna hasta alcanzar aquellos niveles de destrucción que ha permitido el átomo. La guerra, suma de violencia y generación de odio, no ha conseguido desaparecer. Ha inventado simplemente nuevos modelos como el terrorismo o el yihadismo, que conservan la ruptura ideológica. En el fondo son las ideologías las que han tomado entre nosotros el protagonismo y pretenden sustituir a la religión como base para asentamiento de la sociedad.

¿Por qué precisamente Wittenberg? El ochamismo –él encarna el verdadero protagonismo en la importante novela de Umberto Eco, «El nombre de la Rosa»– conducía hacia uno de los axiomas que aún siguen sirviendo de apoyo a los políticos contemporáneos, dar al poder político primacía sobre todas las funciones sociales. Precisamente en 1328 se había producido en Roma la primera coronación imperial en ceremonia laica, proclamando así a Luis de Baviera, para quien un grupo de filósofos había redactado un texto, «Defensor Pacis» que sometía al poder toda clase de autoridad, incluyendo desde luego a la del Romano Pontífice. De este modo Europa iniciaba la marcha hacia el absolutismo que, con el tiempo, dulcificaba su nombre con el de «despotismo ilustrado». Pues bien, las revoluciones de los siglos XVIII y XIX se acomodarán a este modelo y con mayor énfasis. Lo usó oficialmente en España Carlos III, a quien ahora estamos rememorando como uno de los principales monarcas. Y las sucesivas ideologías se han mantenido firmes en ese principio que hace del poder un bien y recluye la autoridad en los rincones del autoritarismo. Una vez producida la ruptura doctrinal, resultó inevitable que se produjera también en el ámbito de la autoridad. Esto es algo que advertimos también en nuestros días. De ahí la importancia de estudiar y conocer el pasado. En 1378 se produjo el Cisma: dos Papas, Urbano VI y Clemente VII, se repartieron la obediencia. Las Universidades también se dividieron: el tomismo se hizo clementista y el ockhamismo permaneció en el urbanismo. Odio y calumnias se repartieron con abundancia. La Universidad de París expulsó a los ockhamistas, que acudieron a Urbano para recabar la licencia que permitiese crear una nueva Universidad. Y ésta fue significativamente Wittenberg, en donde siglo y medio más tarde se redactarían los 95 puntos. Es muy significativo un hecho: la división de obediencias coincide con la que en 1517 provocaran luteranos y católicos. Entre estos últimos predominaban los herederos de la latinidad, mientras que la anglogermanidad constituía la fuerza de los primeros. Así se rompió Europa. Un daño que en 1963 se comenzó a curar y que ahora en Lund ha encontrado nueva y fecunda respuesta. Queda mucho camino por delante. Pero los medios no faltan: por primera vez cristianos de diversas facetas y judíos caminan juntos. Es importante que los políticos recojan también la lección. Las palabras de Felipe VI en ese día 22 de noviembre son claras y expresivas. Siempre la colaboración en el entendimiento significa valor positivo.

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