Política

La esclavitud

La Razón
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La esclavitud ha sido un problema permanente en la historia de todos los tiempos y situaciones sociales. Unas veces como consecuencia de expansiones guerreras imperialistas, o sociedades de agricultores sedentarios, con exigencia de derechos prioritarios, como por ejemplo el derecho de propiedad; pero casi siempre para poder disponer de los hombres como máquinas de trabajo, sin derechos de ninguna clase, a través de la trata de esclavos como mano de obra para el trabajo de cultivos regionales.

Bajo el estímulo de la demanda, mediante la trata, se crearon grandes fortunas, promoviendo un inmenso mundo de intereses económicos. Todo ello envuelto siempre en una falta de escrúpulos absolutos, lo cual originó discusiones y problemas de modo permanente durante toda la historia. Ello otorga al tema de la esclavitud una tremenda interacción que se refleja en la línea del abolicionismo. Hay que destacar que la primera línea abolicionista proviene de la Reina Isabel I de Castilla, casada con Fernando el Católico. Fue la primera que ordenó, en 1493, devolver a sus lugares de origen a los indios americanos que había conducido Colón para ser vendidos como esclavos. Aunque posteriormente el abolicionismo corresponde a los negros africanos, convertido el comercio en masivo, puede aplicarse a los futuros africanos para el trabajo en plantaciones, obligados a injertarse en otra sociedad con absoluta ausencia de libertades.

Apréciese la condición del esclavo en su falta absoluta de perspectiva. ¿Cuál es la actitud de los Estados europeos? Creo que bastará mostrar algunos niveles de percepción histórica para estar en disposición de apreciar la enorme dimensión del problema. En el campo de las relaciones internacionales, el esfuerzo diplomático permanece durante todo el siglo XIX, desde el Congreso de Viena (1815) hasta la Conferencia de Berlín (1884/85), continuada en la de Bruselas (1890), con un importante refuerzo en las relaciones bilaterales entre España e Inglaterra con tres tratados: 1814, 1817 y 1835. En el Acta final del Congreso de Viena se firmó un documento de compromiso de todos los países asistentes: concluir en el más breve plazo posible con la trata de negros esclavos. En el de 1835 se firma el Acuerdo de una ley de Abolición y Represión (1845), seguido por Dinamarca y Francia (1846-1848) y culminado en el Tratado Hispano-Británico de 1890.

El 28 de febrero de 1789 se inició por parte de España la libertad de comercio negrero que sustituía el régimen de licencias y asientos imperante hasta entonces. A finales del siglo XVIII y principios del XIX se inicia un movimiento de filiación liberal y filantrópica tendente al abolicionismo. En las Cortes de Cádiz, los españoles e hispanoamericanos allí reunidos decretaban la abolición de la trata y la libertad para los esclavos. También tomó naturaleza la abolición en el Congreso de Viena. Pero, sin duda, fue el Parlamento británico donde con más fuerza se sintió el movimiento abolicionista y la protesta por la situación en la que se encontraban los esclavos negros. Se crearon sociedades como la British Anti-Slavery Society (uno de cuyos miembros fundadores fue Thomas Clarkson) y otras que se extendieron y ampliaron las opiniones sobre el problema, trazando incluso programas de actuaciones.

En realidad, como se indicó anteriormente, fue el Parlamento inglés quien tomó la iniciativa para conseguir el resultado final. El jefe evangélico William Wilberforce consiguió el 1 de mayo de 1807 que se votase favorablemente la «Abolition Act», en virtud de la cual se abolía la trata de negros y todo aquello que en su entorno concerniese a la esclavitud. La trata continuó, pero todos los esfuerzos se dirigieron en el mismo sentido. En 1832 las Cámaras votaron una orden de Extinción. España e Inglaterra habían suscrito un acuerdo para la suspensión del tráfico negrero que quedó abolido. En 1835 se crearon tribunales mixtos, uno en Sierra Leona y otro en La Habana, que eran los puntos más activos del tráfico negrero, en África el de extracción y en América el de distribución de mercado.

En 1839 el Pontífice Gregorio XVI promulgaba la Bula «In Supremo Apostolatus» en cuya virtud condenaba la práctica del tráfico de negros, como no cristiana e inmoral. Prohibía a todos los fieles maltratar, saquear o esclavizar a los indios, negros o personas de condición similar. En la Bula pontificia se aprecian dos claras vertientes: por una parte, la tradicional oposición a la esclavitud por parte de la Iglesia; por otra, el establecimiento firme del precepto moral de obligado cumplimiento para los católicos. Según informes de la British and Foreing Anti-Slavery Society, desde el año 1807 hasta 1847 habían sido sacados de África cinco millones cuarenta y ocho mil quinientos seis negros y vendidos en la extensa costa atlántica de las plantaciones del sur y sobre todo del norte.