Historia

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Lobos y mastines

Nuestra Armada desempeñó un papel análogo al de un mastín guardando al rebaño. Precioso rebaño constituido por nuestros puertos y sus comunicaciones marítimas. El Reino Unido actuó más bien como un depredador autojustificándose en la excusa de nuestra negación a que comerciara con los virreinatos

La Razón
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Me gustaría compartir con Uds. algo sobre nuestra Marina de Guerra, la Armada española. Intentar aislarnos –aunque sea un instante– del asfixiante clima político actual. Poner la vista larga.

No creo en la objetividad perfecta. A lo más que podemos aspirar es a conocer nuestras polarizaciones –es decir, inquinas y amores– y conscientes de ellas, tratar de buscar la verdad. La historia de nuestra Armada no puede entenderse sin estudiar sus interacciones con la británica, la autodenominada escuetamente, Royal Navy. Desde el descubrimiento de América y las Filipinas hasta Trafalgar, la Armada cumplió la misión estratégica de asegurar las comunicaciones a través del Atlántico y del aún más inmenso Pacífico. De Ultramar llegaban los recursos económicos y mercantiles –oro, plata, especies– con los que nuestros antepasados financiaban las guerras de religión en Europa. Guerras que eran la materialización de una idea política: que solo se puede vivir juntos bajo una misma fe. Idea quizás en desuso actualmente en Occidente, aunque operativa en algunos otros lugares de la Tierra. Y si cambiamos religión por democracia, debemos reconocer algunos intentos recientes –fallidos– para imponer nuestra ideología en algunos desgraciados países de Oriente Medio, África y otros confines. A cambio, en aquella época, la España europea mandaba a su otro hemisferio el recurso más precioso y escaso que tenía: sus hombres y mujeres. Y con ellos viajaba nuestra cultura, cuyas expresiones más destacadas –lengua y fe– afortunadamente sobreviven por aquellas tierras siglos incluso después de que las luces del Imperio se apagaran para siempre. En este marco histórico tan someramente descrito, nuestra Armada desempeñó un papel análogo al de un mastín guardando al rebaño. Precioso rebaño constituido por nuestros puertos y sus comunicaciones marítimas. El Reino Unido actuó más bien como un depredador auto justificándose en la excusa de nuestra negación a que comerciara con los virreinatos. Digo excusa, pues cuando tras trescientos años el Imperio español fue sustituido por el suyo, el monopolio no desapareció, simplemente cambio de manos. La Marina británica actuó pues como el lobo contra nuestros rebaños, flexibilizando las reglas de la guerra hasta un extremo que mereció el calificativo de piratería por parte de alguno de nuestros antepasados. No estoy de acuerdo con este término. Los ataques a nuestros buques estaban facilitados por el hecho de tener que navegar por estos inmensos Océanos siguiendo derrotas fijas. La fuerza motriz era el viento que siempre sopla –estadísticamente– en la misma dirección según situación y época. Los lobos sólo tenían que permanecer estáticamente al acecho para que las ovejas y unos pocos mastines estuvieran tarde o temprano a su alcance. Por cierto –si se me permite una cierta desviación del tema– actualmente los buques mercantes siguen utilizando derrotas fijas en todos estos mares, evidentemente no por el viento, sino más bien para ahorrar combustible tratando de abaratar los fletes de una actividad muy competitiva. Tengo algunos amigos en la Royal Navy y he trabajado con ellos muchos años en Estados Mayores y unidades. Creo conocerlos bien. Están atravesando una mala época, pues odiando perder –incluso un poco más que la media– lo que está pasando con su marina y Nación estos últimos años es para preocuparse. Quizás obsesionados con su pasada grandeza –evidentemente más recientemente pérdida que la nuestra– se concentran en construir unas pocas y muy caras plataformas de prestigio –nada menos que portaviones y submarinos con misiles balísticos– mientras su país se empobrece relativamente con el Brexit y otras medidas análogas que le precedieron. Además la futura efectividad de estos dos tipos de buques requiere una ayuda norteamericana sustancial de la que siempre dependerán. El Reino Unido y su Marina parecen así vivir en una nostalgia dañina sin comprender el lugar real que ocupan en este nuestro mundo globalizado actual. Incluso en el seno de la OTAN, los franceses parecen ya haberlos sustituido como segundos en peso operativo. Pero volviendo a las acusaciones históricas sobre piratería, repito que las considero injustas. En su época de lobos, los comandantes británicos y las dotaciones de sus buques dedicados a esta especie de corso recibían sustanciales porcentajes de las presas capturadas, básicamente buques españoles pobremente artillados para así poder transportar más carga. Aunque las circunstancias de los apresamientos eran revisadas por tribunales británicos, en ellos el incipiente Derecho Marítimo era retorcido al límite. Una manera habitual de hacerse rico de un determinado segmento social británico era sentar plaza en la Navy y cargar contra una riqueza española, al parecer inagotable. El afán de lucro estaba aquí presente como en la piratería, pero también había diferencias notables. Los marinos británicos nos combatían casi siempre caballerosamente y no utilizaban el terror –como los piratas– como arma para desmoralizar a las presas. No es pues justo confundir términos. Aunque este ataque a nuestro comercio era la actividad habitual británica, también de vez en cuando se navegaba en escuadra buscando la batalla decisiva. En esto último no había lucro –sólo posible gloria– desde el punto de vista personal. Tras Trafalgar –y la posterior descomposición de nuestro orden político interno– los británicos nos sustituyen como imperio global. Y a partir de aquí se volvieron legalistas a tope en el ambiente marítimo. Los lobos pasan ahora a ser otros tales como –por ejemplo– los submarinos alemanes que casi logran colapsar el vital comercio marítimo de las Islas durante las dos guerras mundiales. Incluso hoy, con todos los imperios clásicos ya desvanecidos, las interpretaciones británicas del Derecho Internacional Marítimo son de lo más conservador. Ahora son otros –China por ejemplo– los que retuercen estas normas. Los antiguos lobos y mastines somos hoy en día aliados y pese a alguna piedrecita –quizás deberíamos denominarla Roca– en el zapato, perseguimos los mismos fines: la libertad en la superficie y en el lecho de los mares para comerciar, explotar sus recursos orgánicos y minerales y poder conectarnos en esto que llamamos la globalización. Y si hiciera falta combatir otras amenazas –ahora sí– muy probablemente estaremos en el mismo bando.