Historia

José Jiménez Lozano

Los días muy especiales

La Razón
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Esto de los días conmemorativos o pedagógicos de lo uno o de lo otro tiene un tufillo de consigna, muy en boga en los años 30 y siguientes, que no se puede negar que venía –como tantas otras cosas– de los dos grandes totalitarismos. Y, se mire por donde se mire, en efecto, fue una expresión más de «agit-prop», destinada a hacer tabla rasa del santoral del calendario y para imponer un lenguaje y un pensamiento nuevos. Pero luego, mucho más modestamente, se trató de aprovechar la idea para llamar la atención sobre asuntos importantes, o en el plano comercial.

De entre esos primeros días de esto y de lo otro que yo recuerde, además del Día del Trabajo o de los trabajadores, que era otra cosa, una verdadera fiesta internacional bajo diversos nombres, estaba «el Día del plato único», en el que, si se comía en casa, había que ingresar una cierta cantidad en que se valoraba un segundo plato; y, si se comía en un restaurante, se consumía un plato y se pagaban dos, o se consumían dos y se pagaban tres, y luego el restaurante hacía sus cuentas con la administración pública y ésta podía asistir mejor a los más necesitados.

Pero, enseguida, comenzaron a proliferar otros muchos días con significación más bien comercial, tales como los días del padre y de la madre y hasta el día sin coche, pero con coches, inevitablemente, y resulta ya inacabable la lista de días en los que se recuerda algo, y cuya inflación va dejando esos días teñidos de la grisura de los demás. Y, de todos modos, hay enunciaciones que, a este respecto, nos dejan perplejos, porque, sin ir más allá, hay un día dedicado a la consideración de los malos tratos de las mujeres por parte de su pareja o no, que es un asunto tan grave que exige mucho más que un simple reclamo de atención; por la dramática razón de que prolifera «in crescendo» y en el nuevo año ya es noticia.

Y estos hechos criminales y luctuosos parece que son recibidos como si fueran de suyo, o se tratara de hechos periódicos e ineluctables, algo así como si ocurrieran como dictados por una fatal necesidad como la de la tragedia griega y en un cierto período cada vez más breve y, por lo tanto, con más víctimas, realmente muchas y demasiadas mujeres. Aunque claro está que el crimen ya sería atroz e insufrible con un solo caso que se diera de esa muerte a manos de individuos de sexo masculino con quienes han convivido o no; y es como si esas situaciones fueran oscuros rincones de la vida humana en los que no hubiera entrado la mínima civilidad, las mujeres no fueran personas o se diera en los seres humanos de sexo masculino una especie de reingreso en el más bajo estadio de civilización en el que mujeres y niños fueran su propiedad y sobre los que tendrían derecho de vida y muerte. Y algo así necesita, desde luego, una sanación intelectual y moral, y una constricción legal que tutele con la severidad necesaria la situación presente.

Las designaciones de un Día del maltrato o el juego lingüístico, bastante absurdo de hablar de «ellos, ellas», practicar la llamada discriminación positiva que sólo es añadir discriminación a discriminación, o aludir a un asesinato como «violencia de género» es un mero eufemismo con nombre de regla ortográfica, que encubre una terrible realidad, para que no hiera la sensibilidad de nuestro buenismo general básico.

Pero, si no somos la pura hipocresía y la pura complicidad con la barbarie, y no aceptamos, con el eufemismo de un nombre, un estado de cosas sencillamente criminal, habrá que actuar bajo la más pulcra juridicidad, la necesaria dureza penal para parar en seco este prolongado matadero.

Porque, si todo se reduce a inocuos circunloquios, sólo podemos esperar nuevas «lamentaciones de género», y a lo mejor hasta todos nos vamos acomodando a tan sangrienta realidad.