Luis Alejandre

Plan Marshall para Siria

La Razón
La RazónLa Razón

Nacido en 1880 en Uniontown, una ciudad fundada en 1776, año de la declaración de Independencia norteamericana. Cadete en West Point. Oficial de Estado Mayor en la primera Guerra Mundial, donde tomó buena nota de errores históricos y de suicidas políticas nacionalistas. Director de la Escuela de Infantería en Fort Benning, de la que saldría una generación de sacrificados y brillantes oficiales. General de cuatro estrellas, Jefe del Estado Mayor Conjunto con Roosevelt en 1939, recién estallada la Segunda Gran Guerra, fue responsable y coordinador de las operaciones norteamericanas y aliadas desde 1941, cuando los Estados Unidos entraron en la contienda, hasta la victoria final en 1945. Tras ésta, entre 1946 y 1947, se empeñó sin éxito en evitar la guerra civil entre las Chinas de Mao y de Chang Kai-shek, aliadas contra Japón y divididas después por irreconciliables ideologías políticas.

Secretario de Estado con Truman (1947-1949) dirigió todos sus esfuerzos a la reconstrucción de Europa y a no repetir errores del pasado como el Armisticio de 1919 que liquidó con graves heridas la Primera Guerra Mundial , causa importante del comienzo de la Segunda.

Hablamos del General George Marshall, un hombre que dijo en 1947: «Nuestra política no está dirigida contra ningún país ni doctrina, sino contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos».

En el momento de ejecutar el Plan Marshall –oficialmente, European Recovery Program (ERP)–, Alemania y Austria estaban devastadas; se necesitaban 3,9 millones de unidades de vivienda; de las zonas soviéticas habían llegado 2 millones de refugiados; 600.000 niños, la mayoría huérfanos, estaban acogidos en establecimientos públicos y otros 500.000 eran atendidos con fondos del estado. Se canalizaron 13.000 millones de dólares para la reconstrucción de Europa, que también beneficiaron al Reino Unido (26%) y a Francia (18%). Alemania y Austria recibirían un 11% del total de la ayuda, suficiente para que un pueblo trabajador y disciplinado repuntase económicamente en pocos años debido también a la aplicación de medidas económicas liberales. El Plan incluía una oferta a los países de la órbita comunista. Su negativa provocó una crisis con los partidos comunistas occidentales que alimentó desde entonces una prolongada Guerra Fría.

Marshall, que también había sentenciado que «el poder militar gana batallas, pero el poder moral gana guerras» y que «el mejor medio de vencer en una guerra es evitarla» fue considerado por Churchill el verdadero organizador de la paz. Dos años después de su retiro, producido en 1951, recibió un merecido premio Nobel.

Podríamos confrontar datos y cifras. No es tan diferente el caso de Siria: ciudades destruidas, cinco años de guerra, masiva emigración hacia una Europa desconcertada e impotente que espera que Rusia y Estados Unidos resuelvan el problema sobre el terreno. Pero los emigrantes no se dirigen precisamente ni a América ni a Rusia. Crean unos problemas morales y humanitarios graves en nuestras fronteras marítimas y terrestres. «Nuestro enemigo –diría hoy Marshall– no es solo la yihad; es el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos».

También nos diría como líder: «Cuando una cosa esta hecha, está hecha; no mire hacia atrás; mire hacia su próximo objetivo». Es decir, no sirve de nada hoy buscar antecedentes históricos o compromisos internacionales fallidos. Hay una guerra extendida por Oriente Medio que empieza en el Mediterráneo y llega prácticamente hasta Pakistán. Es lo que hay y hay que asumirlo y afrontarlo. Punto. Y si queremos que la presión sobre nuestras fronteras disminuya, no hay más solución que poner fin a esta guerra –y cuando verdaderamente se quiere, se puede–, ayudar a reconstruir ciudades y pueblos de Siria e Irak, recuperar la confianza de sus ciudadanos y ayudarles a regresar a su vida y a su historia, a sus costumbres, a su religión, a recuperar sus derechos como seres humanos.

Y creo realmente que para esta misión hace falta un Marshall, un hombre decidido con experiencia en conflictos, con capacidad para integrar esfuerzos y con suficiente fondo moral para no desviarse de su objetivo final.

Lo malo es que no vivimos tiempos de liderazgos fuertes forjados en valores, ni vivimos en una sociedad comprometida, valiente y dispuesta a sacrificarse. Europa no tendrá peso específico en la escena internacional mientras cada gobierno dependa del momento electoral, de la crisis económica, de su opinión pública, de sus egoísmos, incluidos movimientos nacionalistas centrífugos de las propias naciones o dentro de ellas.

No le extrañe, querido lector, que los catastrofistas comparen nuestro tiempo con el de la caída del Imperio romano; no le extrañe la aparición de formaciones de extrema derecha; no le extrañe que el odio se instale en nuestras vidas.

Vidas que creíamos libres, abiertas y felices desde que se firmo un utópico modelo de Europa en Schengen.

¡Ya ven con qué música se interpreta hoy Schengen: con cañones de agua, alambradas y gases lacrimógenos!