La renuncia de Benedicto XVI
«El derecho y el deber de dimitir»
Una visita a los restos de Celestino V y unas declaraciones de 2010 ya ponían sobre la pista de una renuncia que no ha dejado de sorprender
Una visita a los restos de Celestino V y unas declaraciones de 2010 ya ponían sobre la pista de una renuncia que no ha dejado de sorprender.
Sólo un pequeño número de elegidos sabía con antelación que Benedicto XVI iba a renunciar al pontificado antes de que le alcanzase la muerte. No había más que ver las caras y escuchar a los cardenales que participaron en el consistorio de ayer para saber que no se esperaban de ninguna manera esta noticia. Probablemente sólo su fiel secretario personal, monseñor Georg Gänswein, a quien ha premiado recientemente consagrándolo arzobispo, su hermano, Georg Ratzinger, y un puñado de elegidos estaban al tanto. Ni siquiera el portavoz vaticano, Federico Lombardi, sabía nada. El mayor de los Ratzinger confirmó ayer al diario alemán «Die Welt» que conocía la noticia desde hace meses. «Mi hermano desea más tranquilidad para la vejez», comentó.
La renuncia de Benedicto XVI, la primera de un Pontífice en la era moderna, abre un escenario que él mismo había sugerido en 2010 durante sus conversaciones con el periodista Peter Seewald. Aquella entrevista está recogida en el libro «Luz del mundo». «Cuando un Papa es claramente consciente de que ya no es capaz física, psicológica y mentalmente de llevar a cabo la función que se ha puesto en sus manos, entonces tiene el derecho y, en algunas circunstancias, hasta el deber de dimitir». Esas palabras sonaron entonces como premonitorias de lo que ayer hizo el Papa.
La decisión de Benedicto XVI está contemplada por el Derecho Canónico, aunque estaba casi olvidada por la tradición católica, pues hacía seis siglos que ningún Pontífice recurría a ella. Valiente y honesto, el Papa ha decidido acogerse a ella y dejar el paso a un nuevo obispo de Roma con más fuerzas.
Un año antes de que fuese publicado «Luz del mundo», el Papa también dio otra señal de que contemplaba la posibilidad de dimitir. El 28 de abril de 2009, durante su visita a L'Aquila, la ciudad italiana devastada por un terremoto, Benedicto XVI hizo una parada en la basílica de Collemaggio. Allí se conservan los restos del Papa Celestino V, quien en 1294 se convirtió en el tercer obispo de Roma que renunciaba. El peso del cargo y las intrigas vaticanas fueron los motivos que le llevaron a dimitir. Ratzinger fue el primer Papa que visitó su tumba, reivindicando así la figura de Celestino V. Llegó incluso a dejar en la basílica como regalo el palio que utilizó durante el inicio de su pontificado. A Celestino V le recuerda Dante en «La Divina Comedia»: habla de él como «el Papa de la gran renuncia».
Además de Benedicto XVI y de este Pontífice del siglo XIII, los otros obispos de Roma que se han acogido al supuesto recogido en el canon 332 del Código de Derecho Canónico son Benedicto IX, Gregorio VI y Gregorio XII. Los dos primeros vivieron en el siglo XI. El precedente más reciente lo encontramos en Gregorio XII, quien renunció en 1415.
Celestino V y la «GRAN RENUNCIA»
La primera renuncia formal, de propia voluntad, de la historia del papado se verifica en la figura de Clemente V, quien se supone que ha servido de inspiración al actual Pontífice. Nacido en una humilde familia napolitana en 1215, Pietro de Murrone consagró su vida a la soledad del ermitaño. Este benedictino se apartó de la vida social y se dedicó a la oración en los montes de la región de Abruzzo. La llamada al papado le llegó tras la muerte de Nicolás IV y Murrone tuvo que trasladarse al Vaticano. Desencantado por la corrupción que reinaba en el seno de la ciudad de los papas, llegó a declarar: «Oh, Dios mío, mientras reino sobre las almas, estoy labrando la eterna condenación de la mía». Renunció en 1294 y volvió a la soledad. Dante habló de él en su «Divina Comedia» como el Papa que llevó a cabo «la gran renuncia».
✕
Accede a tu cuenta para comentar