Actualidad

Escritores

La santidad del número dos

La Razón
La RazónLa Razón

Es casi universal la tendencia a atribuir el éxito de una institución a las dotes de liderazgo de su jefe: a su empuje, a su capacidad de arrastre, a su visión anticipadora... Y tantas veces olvidamos que para que una organización funcione el número uno necesita un número dos tan bueno como él.

La calidad del número dos se manifiesta en mil aspectos: en saber cohesionar a todos en torno al número uno; en conseguir llegar a donde él no llega (nadie es billete de 50 euros que a todos gusta); en sentirse siempre puente y nunca barrera para los que quieren llegar a él; y más difícil todavía: alentar al número uno cuando las cosas no salen, y ayudarle a corregir sus defectos con claridad delicada pero firme. Eso, y mucho más, fue Don Álvaro. La Iglesia católica celebra a un número dos excelente, que quiso ser siempre y sólo, número dos, incluso cuando el número uno ya no estaba en la Tierra. Hasta disfrutaba recordando la etimología árabe de su nombre: Álvaro, «el hijo». Un ejemplo y un acicate para los que nunca seremos jefes pero podríamos ser mejores números dos (o tres, o cinco, o diecisiete), allí donde estemos.

*Fue director ejecutivo de la JMJ