Nueva York
Los «papables» no dan pistas sobre el nuevo Pontífice
Los 115 aspirantes a suceder a Benedicto XVI miden sus declaraciones a sólo unas horas de que empiecen las votaciones
El grado de papable de los 115 cardenales que comenzarán mañana a elegir al sucesor de Benedicto XVI puede medirse. Bastaba con contar el número de periodistas que congregaron en las misas que celebraron ayer en las iglesias de Roma de las que son titulares todos los miembros del Colegio Cardenalicio. A punto ya de llegar al cénit de este periodo de sede vacante, había que aprovechar esa última oportunidad para escuchar a los purpurados antes de que se encierren en la Capilla Sixtina y se aislen del mundo. La jornada obligaba a los informadores a seguir su instinto: varias misas coincidían, por lo que había que eligir la del cardenal que, en opinión de cada uno, más posibilidades tiene de empezar a vestir de blanco dentro de unos pocos días.
Por la mañana, el que probablemente más reporteros atrajo fue el brasileño Odilo Scherer, arzobispo de Sao Paulo y favorito en las quinielas de los papables. Celebraba en la parroquia de San Andrés del Quirinal, la que Benedicto XVI le asignó cuando le creó cardenal en 2007. Durante la eucaristía, Scherer protagonizó una de las anécdotas del día, pues se le cayó de las manos una hostia consagrada mientras estaba dando la comunión. Durante su homilía, como el resto de cardenales papables, el brasileño no se pilló los dedos: habló sobre todo de Dios sin hacer ninguna declaración que pudiera interpretarse como un plan de gobierno para la Iglesia católica.
Invitó a los fieles y a los periodistas presentes a que tuvieran «confianza» en la Iglesia para que ésta pueda desarrollar bien su misión. En un pasaje de su intervención en el que habló del hijo pródigo, se mostró favorable a las segundas oportunidades, a la «conversión para quien ha tomado caminos distintos de aquellos indicados por el Señor». Durante la ceremonia, Scherer saludó a un matrimonio que llevaba 70 años juntos y dijo, bromeando: «Cuando ustedes se casaron, yo aún no había nacido».
Otro papable que generó una gran expectación en su misa, oficiada en la basílica de los Santos XII Apóstoles, fue el italiano Angelo Scola. Ante un enjambre de cámaras, el arzobispo de Milán tampoco dio pistas y no quiso hablar con los periodistas. Durante su homilía dijo cuál era la misión de la Iglesia: «Anunciar siempre, también en una época como la actual, que la misericordia puede ser una fuente de esperanza». Al igual que sus otros hermanos en el Colegio Cardenalicio, Scola también pidió al Espíritu Santo que les iluminase para que, con su decisión, hagan que la Iglesia siga «las huellas dejadas por los grandes pontífices de los últimos 150 años».
De las misas de la tarde, la más seguida fue la del otro gran favorito, el canadiense Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, que celebró en la iglesia de Santa María en Transpontina. Ante más de 100 periodistas, Ouellet habló de los que podrían ser su predecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, subrayando que ambos perdonaron a sus detractores. También habló del ya obispo emérito de Roma, el austríaco Christoph Schönborn, arzobispo de Viena. En la parroquia de Roma de la que es titular comentó que, con su renuncia, Benedicto XVI había puesto en marcha una «conversión pastoral» dentro de la comunidad cristiana. Fueron igualmente muy seguidas las misas oficiadas por los dos cardenales estadounidenses que cuentan, en principio, con más posibilidades de llegar al solio pontificio: Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, y Séan O'Malley, titular de la archidiócesis de Boston. Dolan, con su habitual humor, dijo tras recibir un paquete de caramelos de los fieles que se los llevará al cónclave, «pues allí la comida es regular». O'Malley, ante una multitud de fieles y periodistas, también pidió al Espíritu Santo que iluminase a los cardenales. Hubo ayer tanta gente y expectación en las parroquias de Roma, que algunos decían que debía celebrarse un cónclave cada semana.
Unos cardenales muy «romanos»
Además del birrete y del anillo –los dos signos del cardenalato–, cada cardenal recibe el día de su creación por parte del Papa el título o la diaconía de una parroquia de Roma, durante una celebración que tiene lugar en la plaza de San Pedro. De esta forma se simboliza su unión con el obispo de Roma y su pertenencia al clero de esta diócesis.
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