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Benedicto XVI

Un año de esperanza

La Razón
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Fe en Dios. Fe en la fuerza de Dios. Fe en la misericordia de Dios. Fe también en la presencia de Dios en su Iglesia, en la asistencia permanente del Espíritu Santo, en la apostolicidad apoyada en unos humildes fragmentos de huesos que se encontraron justo debajo del altar mayor de la Basílica vaticana.

Fe, en definitiva. Ése ha sido el mensaje que el Papa Francisco ha querido transmitir a todos los católicos al concluir este Año de la Fe. Un año que inauguró un Papa –Benedicto XVI– y que clausura otro –Francisco–. Un año especial, trepidante, intenso, con momentos de gran dolor y también con otros de alegría.

Un año en el que la Iglesia católica parecía abocada al abismo, acosada desde dentro por los autores del «Vatileaks» y desde fuera por sus enemigos tradicionales. Un año, sin embargo, en el que se ha visto una vez más cómo el Señor siempre protege a su humilde rebaño de los lobos feroces y éste resucita cuando todos lo daban ya por muerto. Un año de sombras, ciertamente, y también de muchas luces. Un año de esa esperanza que nace de la propia fe.

Un año en el que el nuevo Sumo Pontífice ha seguido tocando la misma partitura que su predecesor, pero con otra música, poniendo el acento en la ayuda a los que sufren, en la dimensión caritativa y misericordiosa del mensaje evangélico.

La Iglesia que cree y que confiesa; la Iglesia que espera en su Señor, en su fuerza, en su poder y en su misericordia; la Iglesia que ama e intenta hacerlo siendo una herramienta de la ternura de Dios; ésta es la Iglesia que emerge de este año portentoso, de este Año de la Fe. Humilde y fuerte a la vez, joven y sabia, decidida a evangelizar sin imponer nada. Ésta es la Iglesia de Cristo y del Papa Francisco.