Francia

Una televisión de infarto

La muerte de un joven en el «reality» francés «Koh-Lanta» reabre la polémica

El programa «Koh-Lanta» es una versión de «Supervivientes». A la dcha., una imagen del concursante fallecido, Gérald Babin
El programa «Koh-Lanta» es una versión de «Supervivientes». A la dcha., una imagen del concursante fallecido, Gérald Babinlarazon

El fallecimiento de Gérald Babin en el exitoso programa «Koh-Lanta» –la versión francesa de «Supervivientes»– ha vuelto a poner en tela de juicio los difusos límites de esa telerrealidad que, como género, arrastra los contenidos hacia ese fangoso terreno de la espectacularidad que no parece tener fin. No es la primera vez que un concursante fallece en un espacio de estas características –en 2009, Moncho Vodnicharov murió de un ataque al corazón durante la grabación del «reality show» «Survivor Bulgaria» en una playa de Manila–, pero hasta ahora no había ocurrido nunca en Francia. La cadena TF1, la más vista del país y en la que se retransmitía el programa, ha decidido suspenderlo temporalmente tras la muerte de Babin en la grabación de la decimosexta temporada, en Camboya. El concursante, de 25 años, comenzó a sentirse mal tras superar la primera prueba del «reality» y, mientras era trasladado a un hospital en helicóptero, sufrió un fallo cardiaco que acabó con su vida.

«Peligrosas derivas»

La emoción, el riesgo y la exploración de las limitaciones físicas son las principales bazas de estos espacios de telerrealidad que fuerzan a la pequeña pantalla a buscar contenidos cada vez más originales e impactantes. «La televisión debería tener un límite, pero es difícil establecerlo para los programadores y creativos: la televisión es un negocio y, si la audiencia y los anunciantes respaldan estos contenidos, se siguen haciendo», comenta Àlvar Peris, profesor de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Valencia. «Son espacios de éxito, pero si el programa se basa en un espíritu de competición sin freno, se presta a peligrosas derivas», añade Mariano González, portavoz de la Agrupación de Telespectadores y Radioyentes (ATR).

Tanto, que en ocasiones, la pequeña pantalla viola cualquier límite ético y se convierte en una escombrera sensacionalista que acaba incomodando al propio espectador. Ocurrió con el «reality» de la cadena surafricana SABC 1, que emitió un vídeo póstumo de Reeva Steenkamp –la novia del Oscar Pistorius, quien supuestamente fue asesinada por el atleta– en el que la modelo reflexionaba sobre la muerte. Un sórdido documento gráfico que despertó la indignación del país. Para los expertos, uno de los principales problemas de estos contenidos es que «banalizan» la violencia y reducen la capacidad de impacto en el espectador. «Y esto es un peligro», explica Peris, quien aboga por la creación de un organismo independiente «que se encargue de garantizar que las televisiones no cometan ciertos excesos, como en las políticas de protección al menor».

Aunque en España no hay antecedentes similares al del caso francés, la búsqueda de una mayor espectacularidad ha proporcionado algún que otro sobresalto. De hecho, en la última edición de «Gran Hermano» –que retaba a los concursantes a vencer su vértigo entrando en la casa de Guadalix a través de una tirolina–, uno de los participantes acabó fracturándose los dos húmeros al arrojarse al vacío sin sujeción. Por eso, el portavoz de la ATR alerta del peligro que entrañan situaciones como la de «Koh-Lanta»: «Si la competitividad en un reality se convierte en el espectáculo de "más difícil todavía", que pone en peligro la integridad de los concursantes, entonces hemos pasado del entretenimiento al desprecio del valor social más importante, que es la vida de las personas».