Premios Alfonso Ussía

Cremosa materia vocal

La Razón
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Nada raro nos parece que, una vez más,Teresa Berganza haya recibido un nuevo premio. Tiene una carrera cuajada de éxitos durante la cual la cantante, siempre inteligente, supo guardar sus esencias, preservar su patrimonio vocal y centrarse en el repertorio que más le convenía; lo que, a la postre, redundó en la longevidad de un órgano privilegiado que su maestra y consejera, Lola Rodríguez de Aragón, protegió y acunó primorosamente, la de una mezzosoprano lírica de áureos reflejos, de extensión casi de soprano, de volumen limitado, pero de timbre claro y luminoso, más penumbroso en la franja grave, vibrante y decidido en la más alta. La línea impoluta de una Elisabeth Schumann, maestra a su vez de doña Lola, se derramaba en la cremosa materia vocal de la artista, dotada de una gracia natural, una espontaneidad y un impulso arrebatadores, que no impedían la reflexión y el trabajo de impostación, medición y colocación de fonemas, palabras y frases en busca de la intención, de la acentuación y de la expresión justas.

La flexibilidad de la emisión y la transparente dicción hicieron de Berganza una idónea servidora de las más importantes partes mozartianas y rossinianas. En la memoria de muchos todavía se atesoran interpretaciones señeras de Sesto de «La clemenza di Tito», de Cherubino de «Bodas de Fígaro» –en Madrid y Salzburgo– o de la Rosina del «Barbero» y Angelina de «Cenerentola»; entre otras. Y, por supuesto, años más tarde, de una Carmen estilizada, recreada desde dentro, ajena al desgarro. También de tantas veladas en las que su voz se acoplaba como la de un ave a nuestro repertorio de canción, en el que fue adiestrada en buena medida por su primer marido, el extinto y añorado pianista Félix Lavilla.