Sucesos
El asesino de Denise: guerrillero y antisistema
Miguel Ángel Muñoz «presumía» de pasado: afirmaba haber participado en las manifestaciones del G-8 en 2001 y de haber contactado con guerillas de Colombia y México.
Miguel Ángel Muñoz «presumía» de pasado: afirmaba haber participado en las manifestaciones del G-8 en 2001 y de haber contactado con guerillas de Colombia y México.
Bucear en el pasado de Miguel Ángel Muñoz Blas se antoja una labor complicada. Algún eco lejano de su vida se escucha todavía en Navalquejigo, un pueblo «okupado» cercano a El Escorial, en la sierra de Madrid. Al principio todos niegan conocerlo. «Unos 40 años, calvo, con barba castaña desaliñada, 1,70 de estatura». Menean la cabeza de lado a lado al escuchar la descripción. Huelen problemas. Allí cada uno va a lo suyo sin molestar al vecino. Las preguntas molestan. Tanto, que los pocos habitantes que asoman la cabeza, se esconden prestos tras las puertas de sus casas. Finalmente, LA RAZÓN da con una persona que se acuerda de su paso por el pueblo y, aunque taciturno, acepta entablar una breve conversación. «¿Qué ha hecho?», pregunta sin poder evitar la curiosidad. Allí no hay televisiones ni quioscos donde comprar la prensa. Nadie sabe que Miguel Ángel ha confesado haber asesinado a Pi Pikka Thiem, la peregrina que desapareció en mitad de una de las etapas del camino de Santiago en abril de este año. «Vivió aquí una temporada en una caravana. Era un tipo huraño, desconfiado, mentiroso y cuando alguien discutía con él, a veces, se ponía violento. Le gustaba mucho fumar marihuana. Lo detuvieron durante las manifestaciones contra el G-8 en Italia. Él era uno de los luchadores antiglobalización». No existe asomo de crítica en la voz de la persona que habla. Más bien de elogio. «También contaba que había estado en Colombia contactando con la guerrilla y en México con el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional». Un vecino que porta unas tablas en las manos observa la pequeña reunión y lanza una mirada de reproche. El deslenguado testigo cierra la boca y se va sin decir siquiera adiós.
«A mí me dijo que tenía una mujer y una hija en Navarra y que pronto vendrían a vivir con él», cuenta una peregrina que se salió del Camino de Santiago engañada por una señal girada y se topó con él. «Iba asfixiada. Hacía mucho calor y estaba empapada en sudor. Caminaba perdida. Lo encontré cerca de su casa, lo sé por las imágenes que he visto en televisión. Me dio agua. Luego me acompañó de regreso al camino. En ese trayecto me habló de su vida y me dijo que tenía una finca que se autoabastecía, que no era la primera vez que los peregrinos se perdían y que ya había ayudado a varios», recuerda Claudia, que peregrinó en el 2014. Ella tuvo suerte porque aquel mismo año, dos mujeres relataron cómo en las proximidades de la casa de Miguel Ángel fueron abordadas por un individuo encapuchado que las agredió. LA RAZÓN ha tenido acceso a sus denuncias. El primer asalto ocurrió el 27 de mayo en torno a la una del mediodía. Una chica de 23 años de origen chino explicó a la policía: «Iba caminando sola y, de repente, me asaltó un hombre en mitad del camino. Salió de detrás de un árbol y empezó a gritarme en español. No entendí nada. Llevaba la cabeza tapada con un pasamontañas negro. En las manos blandía un palo. Me golpeó fuerte en las piernas y en las rodillas para hacerme caer. Se abalanzó sobre mí y trató de quitarme la mochila. Me resistí. No quería que me la robase. Me defendí. Yo le daba patadas para mantenerlo alejado. También puñetazos. Logré alejarme un poco de él. Me agaché, cogí varias piedras del suelo y comencé a tirárselas con todas mis fuerzas. Para mi sorpresa, huyó asustado. Pasé mucho miedo», reconoció al agente que le tomó la denuncia. «¿Puede describirme a su agresor?», le preguntó el policía. «Un hombre, diría que alrededor de los veinte años, quizá en torno a los treinta y de 1,75 de altura».
Cuatro meses después, aunque el episodio es más propio de los bandoleros de la Edad Media, se repitió un hecho de similares características. El sol escalaba hacia su cénit un 20 de septiembre sobre las diez y media de la mañana. La víctima, una mujer alemana de 25 años, no hacía mucho que había comenzado su etapa: «Al llegar a un cruce de caminos me despisté. Luego supe que la señal no estaba bien colocada y que alguien la había girado. Iba sola. No me crucé con nadie. Cuando estaba subiendo un repecho, salió un hombre de detrás de unos arbustos. Llevaba unos prismáticos negros en la mano que dejó en el suelo. Yo no hablo español, pero lo entiendo un poco. Me dijo que fuera hacia donde él estaba. Que ése era el camino, que no me había equivocado. Me quedé quieta, en alerta, porque llevaba una capucha negra que le cubría la cabeza. Él se me acercó, me agarró fuertemente de la melena y me arrojó al suelo. En una mano tenía una pistola eléctrica. Cuando estaba tirada, me la puso sobre el cuello. Disparó, pero no hubo descarga. Le di un manotazo tratando de zafarme. Me disparó otra descarga en la pierna. Forcejeamos y me rompió las gafas de ver. Al final pude sacar un billete de 50 euros. Se lo ofrecí para que se calmase. El lo tomó en sus manos y yo aproveché para huir por donde había venido. El me persiguió gritando “¡No Policía!, ¡No Policía!”. Después de unos metros me giré para ver si me perseguía, pero ya había desparecido. Llevaba un polo verde con un logotipo escrito en la parte izquierda del pecho y un pantalón corto negro». La descripción que ofreció de su asaltante tenía una inquietante similitud al de la joven china. Unos 45 años de edad y 1,70 de estatura. Dos policías se desplazaron al lugar y localizaron sobre el suelo evidencias de la refriega. A un tiro de piedra se veía la casa de madera prefabricada de Miguel Ángel. Los agentes llamaron a la puerta. Les abrió el asesino confesó. Su aspecto, 1,70 de altura y 39 años, cuadraba en la descripción. Se puso nervioso y se contradijo. Se negó a someterse a una prueba de ADN y acabó detenido.
Cuando el 5 de abril desapareció Denise, Miguel Ángel se convirtió en uno de los principales sospechosos. Los episodios ocurridos frente a su casa y el hecho de que cambiase una importante cantidad de dólares en una entidad bancaria lo situaron en la diana. Los testimonios aportados por sus vecinos lo terminaron por colocar en el centro. «Después de lo de la peregrina, se afeitó la barba, se empezó a lavar más y se arregló las greñas. Cambió su aspecto y empezó a usar ropa de marca. Lo comentamos entre los del pueblo», reconoce un vecino. Ahora, después de la detención, algunos sacan pecho y dicen: «Ya lo sabía yo».
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