Alicante

El extraño asesinato de dos ex olímpicos británicos en la localidad alicantina de Jalón

Pistola del crimen
Pistola del crimenlarazon

El sonido del teléfono resonó estridente en la casa de los Tarsey hasta que los tonos se agotaron, después volvió el silencio. A Eduard le extrañó que sus amigos no respondieran a su llamada porque tenían por costumbre almorzar juntos los domingos, pero no le dio mayor importancia. Comió solo y después insistió una vez más. Tampoco esta vez descolgaron el teléfono. Eduard se preocupó. Los conocía desde hacía más de 40 años. Jean y David eran grandes amigos suyos, los mejores. Los conoció cuando ya se habían casado y les había oído relatar mil veces como se enamoraron. Los Tarsey se prendaron uno del otro durante unas olimpiadas en las que ambos formaban parte del equipo de Gran Bretaña; él cómo saltador de trampolín y ella como miembro del equipo de natación sincronizada. El destino hizo que, a finales de los noventa, los tres acabaran siendo vecinos en Jalón, Alicante, donde el tiempo es mucho más benigno.

La ausencia de respuesta impulsó a Eduard a ir a casa de sus amigos a comprobar si les había ocurrido algo. Tuvo un mal presentimiento y prefirió ir acompañado por Ann, una conocida de la familia. La puerta principal de la finca estaba cerrada, así que dieron un rodeo y entraron por detrás, donde la valla es más baja. “¡¡David!!, ¡¡Jean!!”, gritaron varias veces. Nadie les respondió. Preocupados caminaron hasta la puerta de acceso a la vivienda. Estaba abierta de par en par. Entraron con cuidado sin dejar de gritar sus nombres hasta que llegaron al salón. “Había como dos bultos. Estaban sobre el sofá, tirados, tapados con un abrigo verde. Vimos unas piernas. No quisimos tocar nada. Salimos corriendo y fuimos a avisar a la policía”, cuenta Eduard.

Varias patrullas de la Guardia Civil se presentaron inmediatamente en el lugar. Después de fotografiar la escena, retiraron el abrigo y descubrieron a Jean y a David, los dos muertos, ella con un tiro en la cara y él con uno en la nuca, abrazando a su mujer. En el suelo, tres proyectiles de bala, dos percutidos y uno que no había sido usado. Ocurrió el 29 de marzo de este año.

Los agentes revisaron la casa entera. La puerta no había sido forzada y se hallaron “joyas, las carteras de los fallecidos con dinero, el teléfono móvil, una tablet, un paquete de marihuana en el congelador, la caja fuerte que no ha sido tocada, y otros objetos de valor”, tal y como consta en las diligencias policiales a las que ha tenido acceso LA RAZÓN. Sólo echaron en falta un televisor, “pero da la sensación de que se lo llevaron para simular un robo, porque en la vivienda había objetos más caros y de menor tamaño que no fueron sustraídos”. Los investigadores sí quedaron sorprendidos ante algo que se salía fuera de lo normal. En el fondo de la piscina encontraron “un ordenador de sobremesa, una cámara web y un router”. ¿Por qué el asesino habría arrojado los aparatos al agua?, ¿con qué intención? Aquellas preguntas tardarían en responderse. Primero el material debería someterse a un proceso de secado y después ver si los especialistas de la Guardia Civil eran capaces de extraer el contenido del disco duro. Habría que esperar.

Mientras, las pesquisas fueron avanzando en otra línea. Había que tratar de determinar la hora de la muerte con la mayor precisión. Eduard contó que llevaba sin coincidir con sus amigos una semana, justo desde el domingo anterior. La horquilla de tiempo era demasiado amplia. A falta de cámaras de seguridad, los agentes trabajaron a la antigua usanza, recabando testimonios de puerta en puerta. Así averiguaron que la última vez que se vio con vida a los Tarsey fue tres días antes del terrible hallazgo de sus cadáveres, el 26 de marzo. “Aquella mañana vinieron a mi consulta”, relata María, una dentista de la localidad. “Se fueron a media mañana. Por la tarde, sobre las cuatro o las cinco, llamé para interesarme por el estado de los pacientes. No me respondieron. Insistí toda aquella tarde y al día siguiente pero nadie me cogió el teléfono”. Francisca, una vecina de la zona, también aportó datos de interés: “El día 26 salí con mis perros a dar una vuelta y pase cerca de casa de los Tarsey. Escuché a dos hombres que discutían en voz alta. Tuve miedo y me marché a casa”. La mujer aseguró que el episodio tuvo lugar a las 15.45. Así se logró establecer que el crimen ocurrió entre el momento en que la vecina oyó la discusión y la hora a la que la dentista llamó a los Tarsey.

De aquellas iniciales pesquisas nacieron varias líneas de investigación hasta que empezaron a llegar los datos del laboratorio. Los proyectiles usados eran del calibre 7,65. Al revisar los interrogatorios, los agentes se encontraron con dos testimonios vitales. Dos personas diferentes habían relatado que un tal Driss, de origen marroquí, había sacado en más de una ocasión una pistola de pequeñas dimensiones. “como la que utiliza James Bond en las películas”, dijo uno de los testigos. “Le había prestado un aparato y no me lo quería devolver. Un día fui a su caravana a recogerlo y Driss sacó una pistola y me amenazó con ella. Me dijo que me dispararía si trataba de llevármelo”.

Consultadas las bases de datos, los guardias comprobaron que se trataba de un hombre violento. Tenía antecedentes por malos tratos, amenazas con arma blanca, y estaba vinculado al tráfico de drogas. Además, varios testigos explicaron que David Tarsey y Driss se conocían. “Yo les vi un día fumando marihuana y bebiendo vino”, dijo uno. “A mí David me contó que le había prestado dinero a Driss y que no se lo había devuelto”, dijo otro. Las evidencias hicieron que el juez instructor autorizase un registro en su caravana. Cuando los guardias encontraron una pistola calibre 7,65, Driss se derrumbó: “Conozco a los Tarsey desde hace quince años. He trabajado para ellos en labores de jardinería. También le planté dos plantas de marihuana porque David tenía grandes dolores de espalda y a veces necesitaba fumarla. Yo los maté. No lo recuerdo muy bien porque estaba borracho. Estábamos en su casa y David me insultó y me echó de allí. Fui a mi caravana, me bebí un litro de vino y regresé con el arma. Cuando llegué al salón disparé”. Los investigadores saben que han detenido al culpable aunque jamás sabrán qué ocurrió en realidad. “Driss miente mucho. Dice que no recuerda haber tirado el ordenado a la piscina, pero allí estaba. También que los mató por la noche, pero está demostrado que fue a primera hora de la tarde. Lo que está claro es que lo hizo él”, apunta alguien que conoce la investigación en profundidad. “De eso no hay duda”.