Cambios climáticos
En España nos come la arena
Nuestro país es frontera. No solo respecto a las migraciones, también en lo que a la desertización se refiere. España tiene ante sí un escenario de arena que sólo la mano del hombre –como de costumbre– puede mitigar.
Nuestro país es frontera. No solo respecto a las migraciones, también en lo que a la desertización se refiere. España tiene ante sí un escenario de arena que sólo la mano del hombre –como de costumbre– puede mitigar.
No llueve. Y cada vez hace más calor. Algunos lo llaman cambio climático. Otros rechazan unas afirmaciones que tildan de políticas e insisten en que ya no hay «sequías como las de antes»... el caso es que sea de una manera o de otra, la desertización crece en nuestro país. Y eso no es discutible. Son datos contrastados. El suelo susceptible de degradarse va ganando espacio en nuestro país: ahí están la zona norte de Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, el hasta hace poco vergel del Valle del Ebro, amplias zonas de Cataluña y la submeseta norte. Todos esos espacios se van tornando más secos hasta perder el tono verde de las zonas húmedas. A eso se le añade lo que es fácilmente deducible: que las regiones ya áridas empeoran (se vuelven más anaranjadas en los modelos estudiados). El crucial equilibrio entre las lluvias y la evaporación se ha ido degradando. Y con él, el ecosistema. Las especies de fauna y forestales van muriendo. Una degradación que ha llevado a España a ser el país con la desertización más acusada de todos el contienente europeo. Las estadísticas nos dicen dónde estamos: la España húmeda, que ocupaba un 39% entre 1971 el año 2000, al ritmo actual y con las previsiones disponibles se quede en un 20% al terminar el siglo XXI. Es evidente que España es un país de frontera, de un equilibrio inestable entre macrozonas húmedas y desérticas. Es evidente que en unos ecosistemas tan frágiles, con menos capacidad para adaptarse a los cambios previstos en la temperatura y la precipitación serán los más vulnerables frente a la degradación y el avance de la desertización. Buena prueba de ello es que las Bárdenas Reales, en Navarra, es el desierto más grande de Europa. Los más agoreros ya apuntan que en en 50 años más, de Lisboa a Alicante al sur de ese territorio, todo será un desierto. Mientras algunos insisten en marcar la existencia de dos Españas en lo político, lo cierto es que sí que existen dos Españas respecto a la pluviosidad o en la presencia de un paisaje de árboles o desierto. Una realidad, la del agua –o mejor dicho la ausencia de ella– sobre la que los españoles se sienten alejados, ajenos. Algo que no ocurre con la calidad del aire o la contaminación. Los expertos no han perdido, con todo, la esperanza: la concienciación llegará. Y pronto. Aunque quizá sea tarde para nosotros.
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