Brote de ébola
García Viejo: «No temo al virus, pero sí le tengo respeto»
El pasado 10 de agosto, LA RAZÓN publicó el testimonio del hermano Manuel García Viejo dentro de un especial en el que se hablaba con voluntarios que, como el padre Miguel Pajares, se encontraban de lleno en el corazón del ébola para ayudar a la población autóctona. Ésta es la conversación telefónica que este diario mantuvo con el director médico del Hospital San Juan de Dios en la ciudad de Lunsar (Sierra Leona), donde llevaba trabajando los últimos 13 años. Como en el caso de Pajares, García Viejo también había superado los 50 años –sus «bodas de plata»– en la Orden Hospitalaria.
La conversación tuvo lugar después del traslado de Pajares a España, pero poco antes de su fallecimiento. Apenas dos días después de la conversación, el 12 de agosto, Pajares perdía la vida en el Hospital Carlos III de Madrid. Aunque parecía que evolucionaba de forma positiva tras serle administrado el suero ZMapp, importado de Estados Unidos, y que los médicos del centro madrileño hicieron todo lo posible, finalmente no pudo salvar la vida.
–¿Cómo siguió la noticia del contagio de Miguel Pajares?
–Lo seguimos todo con mucha preocupación, así como el tema del tratamiento al que puede ser sometido. Hasta que cayó enfermo, nos estuvimos intercambiando correos electrónicos de forma continua. Después, no hubo manera de contactar con él. Fue una pena que dejasen al resto de religiosos en el hospital.
–Ni él ni la hermana Juliana, que no está contagiada pero que también ha sido evacuada, querían dejar el centro y dejar abandonadas a las hermanas misioneras de la Inmaculada Concepción. ¿Cómo valora este gesto?
–Creo que Miguel hizo lo correcto. Las leyes son así. Miguel tenía la intención de salir de Madrid y forma un grupo de médicos de la orden para que trabajaran allí. Pero Pajares no habría querido abandonar nunca el hospital de Liberia. Estaba previsto que se volviera en septiembre a España. De hecho, su sustituto ya estaba de camino. Yo también tengo la idea de marcharme, de hecho tengo billete. Pero en momentos como éstos nadie abandona.
–En el hospital de Lunsar mantiene contacto con la población a diario. ¿Es posible abstraerse del miedo? ¿Ronda por su cabeza la idea del contagio?
–Miedo no tengo, pero sí respeto. Por eso siempre vamos con la guardia alta. Pero no tenemos miedo. En general, vivimos bien, tomando una serie de precauciones mínimas y fundamentales, como la utilización de agua clorada. ¿Que nos podemos contagiar? Es cierto, pero también te puede atropellar un coche en plena calle. No podemos vivir angustiados. Nunca sabes cuándo puedes tratar con un enfermo de ébola. Hay una calma tensa, se viven situaciones un poco extrañas y tomamos medidas preventivas. De momento no hemos tenido ningún caso de contagio.
–Muchos cooperantes nos hablan de que tienen que luchar contra las falsas creencias de los habitantes de los países afectados, lo cual supone un obstáculo más que hay que sortear. ¿Cómo vive el brote la población de Sierra Leona?
–En general sí que hay mucho miedo en la población. Ha habido enfermos de ébola en situaciones extrañas. En Kenema, en Sierra Leona, se ha acordonado prácticamente la ciudad. De hecho, podía haber allí más de 1.000 soldados y policías. Además, hay muchos pacientes que no acuden a los hospitales por miedo. La situación es muy precaria. En nuestro centro contamos con 130 camas, y ahora mismo contamos con una ocupación de entre el 80 y el 90 por ciento. Es posible que el virus pueda extenderse próximamente con mayor intensidad.
–¿Se había enfrentado anteriormente a alguna situación similar? ¿Alguna otra epidemia?
–Llevo 13 años en Sierra Leona y no había vivido algo parecido. Sí que habíamos tenido otras plagas y un brote de meningitis.
–Son muchos los cooperantes españoles que se encuentran ahora mismo en la zona del ébola. Según Exteriores, se hallan un total de 246 españoles, entre voluntarios de ONG, misioneros, empresarios y trabajadores. ¿Qué presencia española hay en Sierra Leona?
–En el hospital de Lunsar no estoy solo. Contamos con dos hermanos más, un agustino y un javeriano.
–¿Qué le dice su familia? ¿Siente miedo por usted o con tantos años de servicio ya se han acostumbrado?
–Tengo una hermana. Y mis allegados hace tiempo que saben que tengo que estar aquí. Cuando me ven, sólo me dicen «cuídate».
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