Sucesos
La historia de Zúnduri: 5 años de esclavitud en pleno siglo XXI
El caso que escandalizó a México en el 2015: encadenada en el interior de una tintorería, maltratada y obligada a trabajar sin descanso.. Cuando consiguió escapar, Zúnduri tenía más de 600 cicatrices y sus órganos parecían los de un octogenario.
El caso que escandalizó a México en el 2015: encadenada en el interior de una tintorería, maltratada y obligada a trabajar sin descanso.
“Quiero que entiendas que si podemos vernos hoy y hablar de mi historia es por pura casualidad”, asegura Zúnduri a LA RAZÓN. Nos encontramos con ella en un parque del extrarradio de la capital mexicana para conocer de primera mano lo que vivió durante tantos años en el interior de esa tintorería, y también para comprobar que es posible salir adelante después de un trauma como éste.
Detrás de su secuestro no había una célula delictiva, tampoco profesionales, eran simples propietarios de una tintorería. Pero entonces, ¿cómo es posible que permaneciera encerrada tantos años sin que nadie se percatara? La respuesta es que en su historia se mezclan el abandono, el maltrato, el miedo, el rechazo y también la ingenuidad propia de una joven de 17 años.
Hoy Zúnduri tiene 27 años, es una madre orgullosa y compagina sus estudios con un trabajo como administrativa. En su mirada todavía se antoja cierta timidez e inseguridad, pero su enorme sonrisa hace pensar que la ilusión por lo que el futuro le tenga deparado ha superado ya a sus miedos por un pasado de esclavitud y tortura. Reconoce que cuidar sola de su bebé y trabajar tantas horas la tiene un poco extenuada, pero que aun así saca tiempo de donde puede para compartir su historia con otras víctimas de trata.
Para entender lo que le pasó, hay que remontarse 10 años atrás en el tiempo: “desde muy pequeña sufrí maltrato por parte de mi familia. Siempre buscaron la manera de no hacerse cargo de mí. Ya de adolescente me enamoré de un chico que a mi madre no le gustaba. Y mi reacción fue escaparme de casa para irme a vivir con él”, recuerda Zúnduri.
Era la primera vez que se sentía realmente libre y, en una historia de casualidades, el capricho quiso que un encuentro fortuito en plena calle le condujera, sin ella saberlo, a un futuro de esclavitud laboral. Janet Hernández, una antigua compañera de la escuela, paseaba por la calle junto a Leticia, su madre, cuando se encontraron con Zúnduri. Ambas fueron muy comprensivas con la situación por la que pasaba la joven, recién emancipada, hasta el punto de ofrecerse como salvavidas en caso de que las cosas no fueran bien.
Un comodín que Zúnduri no tardaría en utilizar, ya que su relación con este chico se deterioró rápidamente. “Después de 6 meses de convivencia este chico me empezó a maltratar. En ese momento contacté a Leticia. Me dijo que ella se encargaría de darme techo y trabajo para que pudiéramos demostrarle a mi familia que con o sin ellos podía salir adelante”, recuerda Zúnduri y añade: “irme con Leticia era mi única salida, yo sabía que no podía volver a mi casa porque el día que me marché mi madre me dijo que para ella ya estaba muerta”.
Fue así como Zúnduri pasó a integrarse en un nuevo hogar y también como conoció la tintorería. “Al principio Leticia me trató como a una más de sus hijas, pero esa situación pronto cambió. Empezó diciéndome que tenía que ganarme el pan que me echaba a la boca. Al principio fueron las tareas de casa, pero enseguida me pasaron a la planchaduría”, asegura la joven mexicana.
En aquel entonces tenía 17 años y recuerda con alegría la sensación que le produjo hacerse cargo del negocio: “yo apenas tenía terminada la primaria y me sentía la persona más grande del mundo por gestionar la tintorería, un negocio que en realidad no sabía llevar. Fue entonces cuando empezaron los problemas: los clientes comenzaron a quejarse y faltaba dinero en algunas cuentas”. Cansada por la incompetencia de Zúnduri al cargo del negocio, Leticia decidió llevar hasta el extremo ese nuevo rol que había asumido de madre adoptiva, según recuerda la joven mexicana: “en esos primeros meses me empezó a golpear, yo intenté resistirme, pero ella aseguraba que si era como el resto de sus hijas tenía derecho a escarmentarme”.
Sin embargo, lo que empezó como un escarmiento, pronto se convirtió en costumbre y lo que empezó como una ayuda para costear su manutención, pronto se convirtió también en el primer caso registrado de esclavitud laboral en la capital mexicana. “En una ocasión perdí 6 camisas y Leticia me dijo que las iba a pagar con trabajo. Cada día me agregaba más carga hasta llegar incluso a planchar 20 docenas diarias. Y todo eso sin dormir, ni comer, ni tampoco bañarme. Así pasé los primeros 3 años, entre palizas y planchas”, asegura Zúnduri. Una situación insostenible que se agravó con la primera gran golpiza que Leticia le propinó a su presunta “hija adoptiva”, como recuerda la joven mexicana: “me dejó toda la espalda marcada y me puso la plancha caliente en mi brazo izquierdo”.
En ese momento, Zúnduri se armó de valor y decidió escaparse: “me escapé, pero no denuncié los hechos por miedo. Un taxista me ayudó durante los primeros meses aunque todo cambió el día que me encontré de nuevo a Leticia por la calle”, recuerda entre suspiros, “Leticia se acercó y me dijo que me había escapado como una ratera, que habían desparecido varias camisas y dinero, y que en total les debía 75.000 pesos. Me dijo que mi única opción era trabajar durante 3 meses con ellos para devolverles lo que habían perdido y que si no lo aceptaba iría a la cárcel por robo. En ese momento llegó una patrulla, el policía se bajó y me amenazó con arrestarme si no hacía lo que Leticia me pedía”.
Así fue como volvió a caer en una trampa que la mantendría en la sombra durante dos años más. “A pesar de haberme prometido lo contrario, Leticia y sus hijas se encargaron de humillarme y golpearme todo el tiempo. Me dejaban sin comer, sin poder lavarme, tampoco tenía permitido cantar, reír o enfermarme. Un día Leticia me recibió con una sonrisa en la cara, tenía un regalo para mí. Me ordenó que me duchara con agua fría y vinagre, y eso que para aquel entonces tenía todo el cuerpo lleno de heridas y me faltaban dos dientes de tantos golpes. Después me hizo bajar a la planchaduria para abrir mi regalo... cuando lo vi no podía creerlo”
Su regalo era una cadena de 3 metros, “me la ató alrededor del cuello, yo le rogué que no lo hiciera, pero estaba muy débil, apenas podía moverme de los golpes. Así pasé más de medio año de mi vida: todo el día de pie, encadenada y sin saber cuándo amanecía o anochecía. Llegué a aguantar 5 días sin comer, rompieron un bastón en mi espalda a golpes, Leticia incluso me intentó sacar un ojo con una cuchara, me clavaba alfileres, me clavó también la plancha en la cabeza, en el labio y en la nuca... fue en ese momento cuando supe que tenía que escapar como fuera”.
La casualidad que le salvó la vida y que hizo posible que La Razón cuente su historia, fue un descuido de sus captores: “un día Leticia me desató de la cadena para que pudiera ir al baño y cuando volví no la enganchó bien. Desde ese momento pasaron 3 días en los que estudié cómo escaparme. Era un día de abril, alrededor de las 5 de la mañana, me armé de fuerza y me escapé por la parte trasera. Salí corriendo hasta que encontré un taxi, pedí ayuda, y aunque no quería denunciar, me convencieron para hacerlo. Cuando lo hice, nadie lo podía creer, los médicos dijeron que mis órganos tenían el desgaste de un octogenario. Detuvieron a todos al día siguiente, aunque ellos negaron los hechos”.
Actualmente sus captores se enfrentan a 30 años de cárcel y Zúnduri trata de olvidar el infierno que vivió en esa tintorería. Ya han pasado casi 3 años desde que consiguiera escapar, sus heridas ya son casi imperceptibles pero reconoce que todavía es imposible superarlo del todo: “me encontraron con más de 600 cicatrices pero créeme, la más grande es la del alma”.
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