Investigación científica
Las madres (y el padre) del «corta y pega» genético
El español Martínez Mojica, Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, premiados con el BBVA Fronteras del Conocimiento en Biomedicina
El español Martínez Mojica, Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, premiados con el BBVA Fronteras del Conocimiento en Biomedicina
El sistema científico no deja de ser una cadena por la cual unos investigadores se benefician de los logros de sus predecesores, de forma que la ciencia –y la humanidad– progresa. La francesa Emmanuelle Charpentier y la norteamericana Jennifer Doudna son consideradas las «madres» de la técnica CRISPR/Cas9, la prometedora herramienta que permite, literalmente, un «corta y pega» de aquellas zonas mutadas de nuestro genoma de forma que quedan reparadas. Sin embargo, ambas no habrían llegado a ese hallazgo si Francisco Martínez Mojica, microbiólogo de la Universidad de Alicante, no hubiera pasado más de diez años observando a las bacterias Haloferax mediterrani y descubrir, ya en 2003, que estos microorganismos gozaban de un sistema de defensa contra los virus al que bautizó como CRISPR.
Por todo ello, el jurado de los Premios Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento ha distinguido a Mojica, Doudna y Charpentier en la categoría de Biomedicina por ser los artífices de una técnica «revolucionaria, eficaz y barata», pues permite «modificar el genoma con una precisión sin precedentes». Todo un acto de justicia para Mojica, teniendo en cuenta que Doudna, catedrática de la Universidad de Berkeley, y Charpentier, directora del Instituto Max Planck de Biología de la Infección, fueron galardonadas con el Princesa de Asturias de Investigación Científica en 2015.
«Con este premio te das cuenta de lo importantes que son los medios de comunicación», dice Mojica a LA RAZÓN, cuyo nombre comenzó a sonar con fuerza, precisamente, tras aquella ausencia en los Princesa de Asturias. «Apareces en los medios cada vez más, saben tu implicación y, si nadie pensó en mí en los Princesa de Asturias, ahora sí lo han hecho», dice el investigador, feliz y algo desbordado por las felicitaciones tras anunciarse el galardón.
Pero ¿qué descubrió concretamente Mojica? Cuando observaba a las bacterias, con muy pocos fondos y mucha paciencia, vio que contaban con secuencias de ADN repetidas a intervalos regulares y, entre ellas, un espacio fijo. Estos espacios fijos son secuencias de ADN de enemigos potenciales, como virus, que constituyen un mecanismo de defensa: permitían a las bacterias «recordar» a atacantes pasados y, por tanto, alertaban al sistema inmune a actuar contra ellos en caso de una nueva acometida. Es más: esa «memoria» se transmitía en la siguiente generación. Así nació el CRISPR –«repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas»–, un trabajo hoy clave que, en 2003, fue rechazado por revistas de prestigio como «Science». «Lo entiendo hasta cierto punto, porque no pudimos demostrarlo experimentalmente», confiesa Mojica.
Ya en 2012, y sabedoras de este sistema, Charpentier y Doudna consiguieron reproducirlo artificialmente: la proteína Cas9 actúa como «tijeras» en la región de ADN afectado, mientras que el ácido ribonucleico (o ARN) le hace las veces de guía a la zona a reparar. Así, el genoma se puede editar. E incluso reparar, aprovechando los mecanismos naturales de reparación de ADN de nuestras células. Ambas reconocieron ayer que las posibilidades que se abren son ilusionantes, pues estamos «ante una herramienta para curar las enfermedades genéticas».
Suena a Nobel. «La técnica se lo merece. Es revolucionaria», dice Mojica. ¿Y su nombre estaría entre los premiados? «Depende de hasta dónde gire el cuello el jurado para ver las contribuciones... Y lo cierto es que, antes de 2007, no hay nadie más que yo», dice con humor.
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