Barcelona
¿Puedo pedir asilo en Madrid?
Aquejada de varias enfermedades crónicas, Ana María Cantero, vecina de un pueblo de Tarragona, lucha por conseguir un piso de protección oficial en Barcelona.
Nadie se preocupa por Ana María Cantero. Sólo los médicos a los que tiene que visitar frecuentemente en Barcelona. Todas las semanas coge un tren desde Arbós, la localidad tarraconense en la que vive, con destino a la Ciudad Condal. Las piernas se le hinchan durante el trayecto. Y las infraestructuras del tren no le dan para viajar con comodidad. Y es que, a sus 54 años, cuenta con una extensa lista de enfermedades crónicas y se ha sometido a hasta 14 operaciones. Ahora, su intención, o más bien su súplica, es que le concedan un piso de protección oficial en Barcelona, su ciudad natal, para ahorrarse un desplazamiento de más de hora y media que se le hace difícilmente soportable debido a sus precarias condiciones físicas. Pero su petición está cayendo en saco roto. «La Generalitat sólo piensa en la independencia. No sólo se olvidan de la Sanidad, también de los Servicios Sociales. Los políticos sólo se preocupan por ellos», asegura a LA RAZÓN a través del teléfono. Avisa de que sufre «bloqueos» que le impiden hablar, pero hace el esfuerzo: quiere ser escuchada. «Es mi opinión, lo que he vivido y lo que he visto», insiste.
Ana María relató su caso en una carta a la Defensora del Paciente, Carmen Flores. Ésta, a su vez, la ha reenviado a su vez a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y al presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas. El objetivo no es sólo ayudar a Ana María, sino que los partidos políticos catalanes tengan en su agenda casos dramáticos como el suyo. Pero, ¿cree que Mas haría algo si la misiva cae en sus manos? «Nada. Posiblemente se reiría... Si Mas no hace caso al Gobierno central, ¿cómo me va a hacer caso a mí?», responde. Hasta tal punto se siente desamparada por la situación, que en su carta «pide asilo» en Madrid. «Allí se vive otra clase de ambiente, siempre me ha gustado, la gente es muy agradable... Aquí es como si recibieras latigazos», afirma. De hecho, lleva viviendo en esta situación de «tensión y estrés antes de los recortes» emprendidos por el Govern en materia sanitaria.
Pérdidas de conocimiento
Ana María detalla las siguientes enfermedades en su escrito: distimia –un trastorno afectivo– y trastorno de ansiedad generalizada; fibromialgia; obesidad mórbida «tras tres operaciones sin éxito»; una enfermedad vascular que la ha costado «dos operaciones en la pierna izquierda»; espondiloartrosis –un proceso degenerativo y gradual que afecta a los discos intervertebrales– lumbar y cervical; cifoescoliosis –una curvatura anormal– lumbar izquierda con dismorfogénesis –malformación– lumbosacra –vértebras lumbares y el sacro–; dispepsia –trastorno de la digestión– asociada a hernia de hiato y al colon irritable; glaucoma y probable maculopatía, asociada al síndrome de Sjögren –una enfermedad autoinmune que afecta a las glándulas exocrinas–; vértigo desde hace nueve años; hipotiroidismo secundario; biopsia de colon tras un pólipo rectal, por lo que no puede ingerir alimentos con gluten o lactosa –«los alimentos sin gluten y sin lactosa son especialmente caros, no me los puedo permitir», recuerda–; genu valgo –la pierna y el muslo se encuentran desviados–; anemia; insomnio crónico; artritis reumatoide; síncope neurocardiogénico de características mixtas con pérdidas de conocimiento y muchas caídas... La lista es extensa.
A día de hoy, Ana María cobra una pensión de 310 euros. Soltera, vive con su padre, de 85 años, mientras que su madre, enferma, está ingresada en una residencia. Vivió con ellos en Barcelona, en un piso de alquiler, hasta el año 2006, «cuando nos echaron». Posteriormente, su padre compró un piso en Arbós, con una hipoteca de 40 años que ahora se les hace muy cuesta arriba. Es cierto que en esta localidad de Tarragona se encuentra con gente que la ayuda. Por ejemplo, el oftalmólogo le deja «pagar las gafas a plazos», consciente de sus dificultades económicas. Acude puntualmente al Hospital del Vendrell, también en la provincia, tras «cuatro o cinco paradas de autobús», y donde le atienden «unos médicos maravillosos». Sin embargo, en Arbós «no hay servicios para enfermedades crónicas», apunta, lo que le obliga a desplazarse hasta Barcelona, concretamente a los hospitales de Sant Pau y Bellvitge, «donde tengo a mis médicos de toda la vida. De hecho, son los especialistas en el sistema inmune».
La situación le hizo solicitar formalmente un piso de protección oficial en la Ciudad Condal, pero no obtuvo respuesta. Por ello, se dirigió al Síndic de Greuges de Cataluña –el equivalente autonómico al Defensor del Pueblo–, donde le facilitaron una abogada de oficio. Parecía entonces que se abría una puerta, pero no tardaron en cerrarse otras muchas.
«El pasado mayo envié todos los certificados. Un médico me hizo un peritaje en Barcelona. Fue después de muchos intentos y tardó muchos meses», relata. La abogada entregó los papeles que precisaba: una solicitud de revisión de reconocimiento del grado de la discapacidad –Ana María tiene el 36%–; una solicitud de reconomiento de la situación de dependencia y del derecho a prestaciones, y una solicitud de orientación a los servicios residenciales para personas con discapacidad. Todo fue entregado a fecha del 1 de octubre de 2015.
«La abogada me dijo que ya había hecho su trabajo. Y que si me lo negaban, que buscara a otro abogado», asegura Ana María. La negativa vino por no estar empadronada en la ciudad de Barcelona. «Decían que yo quería un piso a la carta», explica, y que, de darla un piso, no sería en esta ciudad. Le dijeron que llamarían a su Ayuntamiento, pero sigue sin respuesta. De hecho, en su carta también pide un abogado que la ayude con su caso. «Quizá me lo deniegan porque no hablo catalán. He sentido mucho rechazo», dice. En todo caso, «a otras personas en mi situación sí les han concedido un piso». Ahora tiene un nuevo plazo para presentar una solicitud de reconocimiento de su grado de dependencia. Está a la espera de noticias.
«Que alguien me oriente»
Ana María relata en su escrito que, el pasado mayo, sufrió una caída en plena calle en su localidad. Le «latía el corazón a 200 por hora». «No recibí ayuda. Y allí no hay médico de urgencias. Me tomé un voltarén y, como pude, me fui a casa. Me puse toda morada y pasé días con dolor muy fuerte». Por todo ello, «me siento muy triste y sin fuerzas para luchar, pero he decidido escribir mi caso, que es muy largo», a pesar de que le «duelen las manos». «Derramo lágrimas de importencia, porque ni siquiera los asistentes sociales me ayudaron. Además, no recibo atención médica cuando he tenido alguna caída en la calle. Se me han quitado muchos medicamentos que, a veces, tengo que comprar», prosigue en su carta. No en vano, a las dolencias físicas hay que añadir una profunda sensación de soledad. A través de su testimonio, clama por alguien que la pueda «orientar y ayudar, ya que esta situación de desamparo me deja sin fuerzas y con mucho dolor».
¿Qué es la independencia?
Casos como el suyo parecen invisibles en el actual panorama político de Cataluña, del todo incierto y sin cabeza visible en estos momentos. A día de hoy, no sólo se desconoce quién será el próximo president de la Generalitat, sino que las políticas sociales y sanitarias están en el aire a la espera de la formación de un Gobierno.
Sin embargo, a la espera de conocer el rumbo que tomarán los acontecimientos, los problemas continúan y las necesidades acucian. Aparte de sus sentimientos independentistas o constitucionalistas, los catalanes quieren un Govern que legisle, que afronte las preocupaciones que día a día tienen que afrontar millones de catalanes. Así, como catalana, ¿qué piensa Ana María de una posible independencia de Cataluña? «No creo que sea la independencia lo que se está buscando ahora... Para mí, la independencia es la libertad de expresión de cada persona. Lo que tiene que haber es unión y ayuda mutua, no falta de respeto».
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