Crítica de cine

Sorín quiere cazar tiburones

El director vuelve a narrar otra «historia mínima» en «Días de pesca en Patagonia»

Sorín quiere cazar tiburones
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Todo en Carlos Sorín es particular. Quién diría que este hombre que sigue a solitarios en paisajes casi desérticos se confiesa «un maníaco de internet, trato de estar on-line todo el tiempo». Quizá por eso actúa como un imán para él la Patagonia, donde muchos de sus rincones permanecen vírgenes de wifi o cables que conecten con la red: «Eso de no estar pendiente del teléfono libera de tensiones. La película va creciendo porque a todo el equipo le va pasando lo mismo. Después de la segunda semana, ya estás en otro ámbito, tanto que cuando regreso a la gran ciudad me siento extraño». Además de por la paz, planta la cámara en estos parajes por puro placer estético: «Es una elección por ausencia, estos grandes espacios con mucho cielo funcionan como un lienzo en blanco», explica durante su última visita a Madrid. Más allá de eso, advierte de que «mis historias no son patagónicas, podrían suceder en Nueva Delhi, Nueva York o en medio del desierto».

Futuro dudoso

Conquistó una plaza fija de director festivalero con «Historias mínimas» (2002) que revalidó con «Bombón el perro» (2004). Ahora vuelve a la Patagonia, concretamente a Puerto Deseado, donde un ex alcohólico acude a pescar tiburones, cuando, en realidad, ansía un reencuentro con su hija, que vive en el mismo pueblo, y a la que no ve desde hace tiempo. «Cuando alguien ha tenido una adicción, pierde el placer de disfrutar incluso de los hobbies», comenta el director. Es tal el recorrido emocional de los personajes, que esta vez el realizador no ha podido confiar en no profesionales: «Con ellos, la mayor parte de las tomas salen mal, pero hay momentos gloriosos», recuerda. Los protagonistas son Alejandro Awada, un veterano procedente de la escena «underground» que muchos recuerdan por «Nueve reinas», y Victoria Almeida, actriz de teatro a la que Sorín, como si fuera un cuento, cazó por internet con una nariz de payaso: «Busco actores en la red, pero no en vídeos, sino en fotos. La imagen revela cosas más esenciales de un actor que la ficción», argumenta. Ambos han encajado en el «minimalismo» de Sorín. ¿Se reconoce en esa clasificación? Le preguntamos: «Entiendo que con eso quieren decir que son historias pequeñas, en el espacio y también contadas a través de pequeños detalles. Es un cine con un futuro dudoso porque la gente va al cine a ver cosas extraordinarias y lo entiendo», dice con cierto tono derrotista. Sus relatos apenas pasan del día de duración, no cuenta con demasiados y personajes y obvian las melodías: «La música sirve para crear emoción de manera mucho más fácil que un diálogo o una imagen, logra que cualquier escena se venga arriba. No prescindo totalmente de ella, entre otras cosas, porque mi hijo es el compositor y podría tener problemas familiares, pero queda restringida a los lugares obvios: en los créditos iniciales y finales, pero, por el medio, lo menos posible».