Pamplona
Adolfo Martín se despeña once años después
Mala corrida y seis silencios en la penúltima de la Feria de San Fermín
Pamplona. Novena de la Feria de San Fermín. Se lidiaron toros de Adolfo Martín, de enormes cabezas. El 1º, malo y orientado; el 2º, de media arrancada y orientado; el 3º, imposible por el derecho y por el izquierdo sin humillar; el 4º, noble, sin humillar y soso; el 5º, orientado, sin entrega ni poder; y el 6º, malo. Lleno en los tendidos.
Diego Urdiales, de azul pavo y oro, media perpendicular, tres pinchazos, descabello (silencio); aviso, pinchazo, estocada, descabello (silencio). Manuel Escribano, de azul marino y oro, tres pinchazos, estocada (silencio); dos pinchazos, estocada, descabello (silencio). Alberto Aguilar, de blanco y plata, metisaca, media estocada, dos descabellos (silencio); estocada baja (silencio).
Los toros cárdenos de Adolfo Martín volvían a las calles de Pamplona once años después. Por la mañana protagonizaron un encierro rápido y limpio, ni una embestida de triunfo les quedaron para la tarde. Seria era la corrida para no pegar ojo en un mes. Pitones kilométricos y tapando salida, sobre todo la de la suerte suprema. Abrían y abrían en paralelo los pitones hasta límites insospechados, qué barbaridad. El percal era una película de miedo y si sumamos el tinte cárdeno al asunto pues más. A Diego Urdiales no le pudimos ver apenas nada del torero que es. Una pena. Ni tan siquiera el cuarto, que no sacó maldad, tenía tan pocas ganas de empujar en la muleta y lo hacía con esa sosería que eso y nada era lo mismo. Y eso que el meritazo de ponerse delante de semejante animal era infinito. Más todavía con un primero, que así en frío nada más llegar, rebañaba en el viaje con ánimo de llevarse en el vuelo algo más. Digno el riojano.
Manuel Escribano se fue a portagayola. Sí, aquí también. Le salió limpió, aunque apuró más en la larga de después ya en el tercio. Escribano llegaba a Pamplona con el modo triunfador puesto y de ahí que expusiera en banderillas. La faena se paró en seco después. A la fuerza. La media arrancada del toro, que fue desarrollando rápido, se opuso al despegue. No se medró. Segundo intento. Quinto de la tarde. De nuevo a la boca del miedo. Larga a portagayola a la que siguió segundos después, un impresionante salto al callejón. «Madroño» era el nombre del toro volador. De premio el salto, si se premiara eso, claro. No era el caso. Escribano se esmeró con los palos. Y lo logró. Armó un lío, sobre todo en el último par que puso sentado en el estribo y de dentro afuera. Y nada más. Orientado, sin entrega y lo que es peor sin poder el toro. Otro más. Y van...
Alberto Aguilar tragó con un tercero en una faena seria y serena. Toreó firme, aunque no contara con las mejores circunstancias. Ni uno tuvo el sexto. A estas alturas nos había devorado la desidia. Qué tarde para la antesala del fin de fiesta sanferminera. Corrida para echar al olvido antes de poner pie en la calle. Desastre ganadero y sainete de los gordos a espadas. Igual algo tuvo que ver ese muro insalvable que tenían por delante los toros de Adolfo Martín, descaro infinito, una cruz, qué cruz, qué tarde...
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