Toros
Afortunadamente falló Murphy
El Juli y Talavante salen a hombros a pesar del ganado
Castellón. Cuarta de feria. Lleno.
Tres toros de Garcigrande, primero, segundo y tercero, y otro tres de Domingo Hernández, desiguales de presencia, muy flojos y sin chispa. El primer fue el mejor.
El Juli (de sangre de toros y oro), entera, dos orejas; media, oreja.
Manzanares (de burdeos y oro), entera trasera, ovación; entera, oreja.
Talavante (de púrpura y oro), dos pinchazos y estocada, silencio; entera, dos orejas.
Saludó tras parear al sexto Juan José Trujillo.
Aunque por momentos se temió que si algo podría salir mal efectivamente saldría mal, afortunadamente los hados debieron confabularse en la cuarta función de la feria castellonense para que no se cumpliese el dictado de Edward Aloysius Murphy y el festejo acabó triunfal y por momentos, brillante. Por ejemplo cuando saltó al ruedo el primer toro, tan cómodo como flojo que fue muy protestado de salida por su poca energía. Pero El Juli, que reaparecía tras el grave percance sufrido en Bogotá, demostró que también todo es susceptible de ir a mejor y cambió el animal. Vaya si cambió. Derribó al caballo que hacía puerta y fue cogiendo confianza en banderillas, llegando al último tercio con pujanza y grandes dosis de nobleza y obediencia, embistiendo con extraordinaria fijeza a la muleta de un muy ambicioso Juli que no se despeinó para someterle y poderle de cabo a rabo en una labor de gran capacidad técnica y evidente poderío que remató con una estocada hasta la bola de efectos fulminantes. Dos orejas y Murphy al olvido.
Echó las rodillas al suelo para recibir al cuarto, que se entretuvo en averiguar que había en el ruedo antes de volver a la jurisdicción del torero madrileño. Manseó en varas, tercio que se tramitó con un leve picotazo, formando El Juli un lío al quitar. Brindó de nuevo al público, seguro y convencido, sobre todo de sí mismo, y comenzó su faena con ocho derechazos y tres naturales otra vez de rodillas. Ya en pie tuvo que amoldar sus ansias al ritmo más cansino de la res que, como su quehacer, fue yendo progresivamente a menos.
No parecía que fuese a ser la tarde de Talavante, que se lució al torear de capa a sul primero, repetidor y codicioso pero sin la fuerza necesaria para mantener su empuje, doblando cada dos por tres y sin dejar que su matador acabase de concentrarse, tirando pronto por la calle de en medio. Pero se desquitó con el que cerró plaza, al que recibió con lances a una mano y tiró de repertorio para poner en suerte a un toro que metió los riñones en el peto, dejando luego una labor imaginativa, espontánea y con frescura e improvisación, enroscándose a su oponente a la cintura en una faena que no por breve deja de ser importante. El de Domingo Hernández se rajo a mitad de su lidia aunque lo hecho por el extremeño tuvo merecido premio al acertar con el estoque, ganado de sobra la puerta grande.
También Manzanares reaparecía en España tras la lesión de cervicales que le obligó a cortar la temporada a mitad de verano del pasado año. Su primero, chico y distraído, recibió lo suyo en el peto. Incómodo el de Garcigrande. Andarín, pegajoso y con un molesto cabeceo que hasta desarmó en alguna ocasión. No dejó estar cómodo a su matador que no acertó a fijarle, muleteando en distintos terrenos sin acabar de acoplarse y dejando sus mejores muletazos al final de un trasteo tan insulso como voluntarioso.
Tuvo más entidad el quinto, que perdió las manos tras empujar en la única vara que recibió. Noble y repetidor su principal defecto fue la falta de fuerza, admitiendo una faena irregular de muletazos ligados con rapidez en sus primeros compases y más atemperada y acompasada en los naturales que ejecutó en la segunda parte. La eficaz estocada final le valió una oreja que, de todas formas, sabe a poco.
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