Bilbao

Bilbao bajó a segunda sin vergüenza ni sonrojo

Impresentable corrida y espectáculo en la séptima de las Corridas Generales

El diestro Iván Fandiño, el pasado día 23 en Cuenca
El diestro Iván Fandiño, el pasado día 23 en Cuencalarazon

Bilbao. Séptima de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Antonio Bañuelos, pequeños e impresentables de presentación. El 1º, tan noble como flojo; el 2º, derrotón y de desigual ritmo; el 3º, descastado y deslucido; el 4º, descastado y rajado; el 5º, descastado; y el 6º, deslucido. Dos tercios de entrada.

Finito de Córdoba, de negro y plata, pinchazo, estocada trasera, dos descabellos (silencio); y pinchazo, estocada caída (silencio).

Iván Fandiño, de rosa y oro, estocada trasera y punto caída (vuelta al ruedo); y buena estocada (saludos).

Alejandro Talavante, de ceniza y plata, estocada trasera (silencio); y dos pinchazos, estocada (pitos).

Bilbao presentó lo impresentable. Sin ir más lejos, un segundo de definida musculatura y cuello largo, toro bonito si en vez de estar en las Corridas Generales anduviéramos en otro paraje, allá por segunda tal vez en el mapa taurino nutrido de festejos en estos días estivales. Iván Fandiño, a quien le tocó este segundo, pongámosle el nombre, los pequeños también cuentan "Susurrante", se volcó en la suerte suprema de esa manera que es tan suya: de cerca, derecho el cuerpo, frente a frente, mirada con mirada, no no, la mirada al morillo mientras la vista agudiza el final de la espada y ¡pum! un atropello letal que se saldó con una estocada trasera pero cobrada en la rectitud, que tiene mérito doble. Dio una vuelta al ruedo después de la petición de trofeo de este Bilbao cada día más distante de la plaza y la afición que representa. La faena no contó con un patrón que sirviera de hilo conductor ante ese toro derrotón al final del encuentro y de ritmo cambiante. No hubo lugar para las grandes emociones ni tan siquiera para asomarnos a ellas. Se esmeró en la conquista con un quinto desde salida, largas cambiadas y un ramillete de verónicas con ritmo. Y hasta ahí pudimos leer, por mucho que el torero de Orduña brindara al público. Baldío todo. Descastado el toro, costándole pasar, ni fu ni fa. Difícil meterse en la corrida si los argumentos eran para salir corriendo. Salvo un estocadón, este en la yema que aligeró la cuenta atrás. El agujero se antojaba inmenso en el bolsillo. Era la presentación de Antonio Bañuelos, ganadero burgalés, en las Corridas Generales pero no lo hizo con una puesta en escena deslumbrante, aunque sólo fuera en la apariencia, más bien fue una corrida rasa, indigna, y a la que le acompañó la decepción después en el comportamiento. Uno detrás de otro. Tarde mundana y sin noticias de dios. Corrida mala, malísima, desastrosa para los que a estas alturas seguimos creyendo en el respeto por el que pasa por taquilla y soporta con paciencia de santo los múltiples atracos (con premeditación y alevosía) a los que se les somete.

Finito de Córdoba abrió cartel con un primero tan noble como flojo y ni tan siquiera la calidad del cordobés encontró un resquicio para darnos algo que llevarnos a la buchaca. Ruina la nuestra. Ídem con un cuarto que además se rajó.

Alejandro Talavante pisaba Bilbao con los ecos que todavía resuenan de una temporada vital, para su carrera y para el oxígeno del aficionado que todavía peregrina por la locura taurómaca. Pero cuando saltó el sexto al ruedo ya era incontrolable el cabreo de público, y a punto estuvimos de santificarlo no crean, bendita, incomprensible e infinita paciencia. Pero el sexto crujió la bondad bilbaína . E iban seis. Uno detrás de otro, infartados todos. Por no sumar lo que viene pasando en días anteriores. A esto se le llama decadencia. Qué pena de fondo y forma. Continente y contenido. El toro fue más de lo mismo, sin motor y a la deriva, y la furia se desató cuando Talavante aceleró los tiempos del festejo para acabarlo antes de llegara el reloj a las dos horas desde el comienzo. Con la espada montada había empezado la faena y fue cuestión de segundos lo que duró su puesta en escena. Ya había tomado el camino del medio con un tercero descastado y vulgar. La gente no se movió de su asiento. Pitos para el torero, bronca para el festejo, miradas inquisidoras para Matías, el presidente. Y digo yo que proteger el tesoro bilbaíno empieza por garantizar la dignidad del festejo y no sólo abrir o cerrar puertas grandes a destiempo. Enhorabuena a todos, petardo compartido y consentido.

El cartel de hoy

Toros de Alcurrucén para Diego Urdiales, Sebastián Castella y Miguel Ángel Perera