Feria de Bilbao
Dos trofeos, dos historias en mitad de la batalla
El Juli e Iván Fandiño cortan una oreja en la última Corrida de Beneficencia presidida por el Rey
Las Ventas (Madrid). Tradicional corrida de la Beneficencia. Se lidiaron toros de Alcurrucén, correctos de presentación. El 1º, noble, de calidad, pero flojo y de escaso poder; el 2º, paradote y sin motor; el 3º, manejable, sosote y desigual; el 4º, noble,sale desentendido y a menos; el 5º, manso, pero con cierta codicia y rebrincado; el 6º, complicado. Lleno de «No hay billetes».
El Juli, de tabaco y oro, estocada trasera (oreja protestada); media trasera (aplausos). Iván Fandiño, de vainilla y oro, buena estocada (silencio); estocada, aviso (oreja). Alejandro Talavante, de grana y oro, estocada, cuatro descabellos (silencio); estocada muy baja, tres descabellos (silencio).
Las noticias nos venían dadas antes de empezar. Había varias. Algunas confluían en el ruedo, se dirimían ahí, en el lugar reservado a los valientes, territorio vedado para la mayoría y otras venían de arriba, también terreno vetado, sangre azul que está de despedida. Madrid ovacionó al Rey que presidió un año más la Corrida de Beneficencia, pero esta ocasión nada tenía que ver. 39 años dejaba atrás el Monarca con su apoyo incondicional a la Fiesta. Las Ventas se lo reconoció y la ovación se prolongó tanto que acompañó el himno de principio a fin y al final tronó más todavía. Para Su Majestad fueron los brindis, los brindis de El Juli y de Alejandro Talavante; se abstuvo Iván Fandiño, que no dedicó al Monarca.
En el ruedo ocurrían cosas incluso antes de abrirse el paseíllo. Esas cosas no escritas que pululan en el ambiente. ¡Cómo debió de ser ese patio de cuadrillas ayer! Otra de las noticias era ver a Fandiño con El Juli y Talavante, que el torero vasco entrara ahí formaba parte de la negociación de la Feria de Otoño del año pasado. Venía de lejos. De largo. Avejentado el tema ya, pero las rencillas bien frescas. Ahí abajo no había amigos ni parecerlo siquiera. Y se notó de salida. Ojalá esa rabia mantenida nos hubiera dado más glorias. Pero dio lo que dio: dos trofeos, dos versiones distintas, veremos... El ambiente se cruzó nada más comenzar con la presencia del primero, las protestas iban en aumento y se multiplicaban por dos cada vez que el toro amagaba con perder la onda, un resbalón, un descuido, no era el día estaba claro. Pero el toro andaba con lo justo. Y menos. Iván Fandiño no renunció al quite, lo sabían en el otro mundo, y lo hizo por gaoneras, una de ellas ajustadísima y a El Juli, que era su toro, claro, le salieron los gatos de la ambición, de no dejarse ganar la pelea y replicó por chicuelina, tafallera y tijerilla de cierre. Bien. La faena contó con el ímpetu de El Juli, férreo, infranqueable en el centro del ruedo, asentado por convicción y apostando por un concepto más vertical que en otras tardes. El toro tuvo nobleza y calidad, ponía la cara bien abajo, pero tan justo de poder y condicionado por la fuerza que a la faena le costaba despegar, igual que al Alcurrucén repetir. Así fue forzando la máquina, entrega absoluta hasta que cogió la espada, se volcó y lo mató. El público pidió el trofeo y se le concedió. Al instante llegaron las protestas. La actitud de El Juli fue inmaculada; el trofeo innecesario. Lo bordó en dos verónicas y una media retorcida a la cadera en el cuarto, en las que cabía una eternidad. Y la cadencia. Después vino la solidez ante un toro que pasaba por allí, que se desentendía, le atacó, le ligó alguno y en verdad puso todo de su parte. Arrollaba Julián ayer.
Fandiño aguantó la primera embestida al galope del segundo en el centro del ruedo. Ese AVE perdió después las manos y acabó por pararse y vaciarse. La faena vivió en esas desigualdades. El quinto manseó pero luego cogió el engaño con codicia, rebrincado, pero trasmitiendo. Plantó Fandiño cara y forma sin preámbulos por el derecho. Estaba en el sitio, el momento, y tenía el toro, que era la clave... atravesó un bache la faena y al natural retomó el vuelo con una tanda muy buena con el animal aún en movimiento y otra más en la que tragó, de tirar, de pulsear, ya le costaba al alcurrucén rematar la arrancada. Se arrimó, se expuso, buscó en las manoletinas aliarse con el público por si quedaba un resquicio y se tiró a matar con la marca de la casa, entrega absoluta, y salió del embroque con la taleguilla hecha jirones. Un trofeo de justicia. Dos orejas, dos versiones condicionadas en esta ocasión por los de Alcurrucén, pero con elevadas dosis de amor propio.
A Alejandro Talavante se le vio fuera de la partida. Anduvo destemplado y sin llegar a coger el ritmo a un tercero manejable, sosote y desigual. Menos opciones dio un sexto, que tenía un final violento y complicaciones por el izquierdo. La faena fue lineal, en otra dimensión a lo que hemos visto esta campaña. Trujillo sí lo bordó con los palos. Menos mal. Para el veneno que llevaba escrita en los despachos la tarde, nos quedamos con ganas de más.
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