Feria de San Isidro
El toreo incandescente y la espada de juguete
Gran tarde de toros con dos importantes faenas de Talavante y una oreja de Luque en una corrida muy redonda.
Las Ventas (Madrid). Vigesimosegunda de feria. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq, bien presentados. El 1º, noble, pero sin fuerza; 2º, de buen juego; 3º, encastado y repetidor, arrolla por el izquierdo; 4º, noble, pero con la fuerza y transmisión justa; 5º, encastado y repetidor, aunque le falta humillar en el viaje; 6º, sobrero de Parladé, noble y de buen juego. Lleno en los tendidos.
Finito de Córdoba, de berenjena y oro, estocada tendida y punto trasera, dos descabellos (saludos); y pinchazo, estocada, dos descabellos (silencio).
Alejandro Talavante, de grana y oro, cuatro pinchazos, estocada (aplausos); y dos pinchazos, estocada trasera, aviso (vuelta al ruedo).
Daniel Luque, de azul marino y oro, estocada trasera, aviso, dos descabellos (oreja); y pinchazo, aviso, estocada desprendida (saludos).
¡Qué no pasará por la cabeza en el infierno de esos segundos! Cuando ya has perdido el equilibrio, ya no estás sobre la arena, víctima de la suma de derrotes de un toro fiero, aquí y allá puñaladas de arriba abajo y hambre de carne fresca. A Daniel Luque le vino el tercero cuando comenzaba la faena de muleta sin poder evitarlo, qué tragantón de embestida, por la barriga le echó para arriba y con el cuello se despeñó sobre la arena, y ahí, a la vuelta de ese derrote le esperaba de nuevo la saña del toro dispuesto a lanzarle al limbo. Todo lo que vino después fue inaudito. Que se levantara Luque casi como si nada y se fuera a por el toro. Ese tú a tú después de transitar por el espectro de la tragedia. Por el izquierdo había sido la caza, regresó por el pitón bueno de ese toro que repetía, que descolgaba en el viaje pero con el que había que andar listo porque reponía, encastado animal de un encierro de Juan Pedro Domecq muy interesante por la riqueza de matices en las embestidas. Importante corrida. Con coraje se plantó ahí Luque y dejó varias tandas diestras ligadas y compactas que nos acercaban a una buena versión del torero sevillano. No renunció al pitón zurdo, se acostaba el toro con intenciones claras de repetir hazaña. Las luquecinas finales fueron el punto final, el calienta motores perfecto antes de meter la espada. No encontró con ésta la rotundidad deseada pero el trofeo tuvo mucho peso y mucha emoción vivida en el tendido.
Alejandro Talavante nos dio ayer una gran tarde. Y un gran sainete con la espada. De no haber sido así, habría encaminado la puerta de Alcalá a hombros. Tiene una personalidad aplastante que le permite con facilidad dejar huella, incluso a veces con poco. En el quinto echó el resto ya con la capa, a la verónica, en las tijerillas y en un remate torerísimo. Y se puso de rodillas después para comenzar faena, lo radical, eso que te deja pensando, fue la arrucina que le sopló al toro con las rodillas en tierra. No había ojo humano que diera con el espacio para que el toro pasara por ahí. Pasó. Eso y un Talavante pletórico de recursos, de imaginación capaz de incendiar al tendido con esa influencia mexicana que tan bien interpreta. El Juampedro tuvo mucho matices, era un animal encastado, exigente, con movilidad aunque le faltaba entrega en el viaje, hacerlo más humillado. Cautivó el torero, también en las manoletinas finales, precedidas por un circular y un cambio de mano de antología. Hasta que tomó la espada y un nubarrón aterrizó sobre Madrid en ese mismo instante. Era la segunda vez. En el anterior, sin alcanzar estas cotas, pero no dejó impasible a nadie. Un prólogo ya al natural por el rey de los naturales. Ese animal que tuvo movilidad y repetición, aunque según avanzara la faena iba acortando el viaje. En eso Talavante tiene el don de la mesura. Antes del declive encontró la salida. Eso sí con una espada maldita.
La tarde no perdió comba. Una de las buenas. El sexto fue sobrero de Parladé, suavón, noble y con faena, con el que Luque anduvo queriendo siempre y se fusionó en alguna tanda diestra muy toreada y nada de acompañar. Vibraba también Madrid. No siempre tuvo de su parte la rotundidad, pero no se aburría nadie.
Finito se enfrentó al Siete cuando le pitaban antes de comenzar una tanda. No se llevó el lote, pero se justificó con ambos y eso tratándose de Finito es sinónimo de torería. Nobles ambos ejemplares pero con el fuste justo para que trascendiera. Entre las cosas buenas, esa despaciosidad con la que anda el torero por la plaza.
Salieron andando los tres. No hubo la foto ni el via crucis de la Puerta Grande para Talavante y Luque, pero sí dejábamos atrás una gran tarde de toros y un importante encierro. De esos días para repasar luego en la memoria, a cámara lenta si es posible.
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