Feria de San Isidro
Miura sin Miura
La ganadería sevillana celebra sus 175 años de historia con un decepcionante encierro. Dávila torea dos toros de otro hierro en su regreso
La ganadería sevillana celebra sus 175 años de historia con un decepcionante encierro. Dávila torea dos toros de otro hierro en su regreso
Las Ventas (Madrid). Última de San Isidro. Se lidiaron toros de Miura, desiguales de presentación. El 1º, noble, de buena condición y punto sosote; el 2º, sobrero de Buenavista, noble y de manejables arrancadas; el 3º, flojo, de corta arrancada y sin humillar; el 4º, orientado, al paso y midiendo, muy complicado; el 5º, sobrero de El Ventorrillo, de buen juego; el 6º, deslucido. Casi lleno : 22.490 asistentes.
Rafaelillo, de azul y oro, pinchazo hondo, dos descabellos (silencio); media estocada (saludos).
Dávila Miura, de verde oliva y oro, pinchazo, estocada (silencio); pinchazo, estocada corta (saludos con división).
Rubén Pinar, de azul pavo y oro, dos pinchazos, estocada (silencio); estocada, cuatro descabellos (silencio).
Parte médico de «Rafaelillo»: «Puntazos corridos en cara interna tercio superior muslo izquierdo y axila derecha. Pronóstico: leve. Firmado: Dr. García Padrós»
Se cumplía todo. Los 175 años de la ganadería de Miura, la década de ausencia de Eduardo Dávila Miura. Miura por todos los lados. Ya tenía mérito llegar a esos números para la ganadería sevillana y más en estos tiempos. Los buenos augurios de las celebraciones no sólo no nos acompañaron sino que además nos sentenciaron con condena. Miura sin Miura Y eso que no había sido malo el primero de Rafaelillo. Al contrario. De bueno. Bobón. Noble y entretenido en la muleta sin poner más pegas que las de pasar por ahí con la contrariedad de una imperdonable sosería para la mayoría de la cabaña brava. Cumplió Rafael en faena limpia y solvente; otra cosa era la transmisión. Fue al peto con desgana el cuarto, topaba no apretaba, y no nos esperaba nada bueno después. Sobre todo a Rafaelillo que se enfrentó a un Miura que medía, iba al paso, examinando y orientado, se quedaba a la vuelta, a la media vuelta y en una de ellas le cogió. No sabíamos si hirió. Era difícil; no había más guerra que la lidia y lo mató, a la primera, que ya era mucho mientras el toro le rompía el chaleco en el envite. Esas décimas de segundo, esos milímetros que lo definen todo.
Con una ovación se le había recibido a Eduardo Dávila nada más deshacerse el paseíllo. Qué trago debe ser pisar esta plaza estando fuera del circuito y con esta divisa. Ni un toro con el hierro de la casa lidió. El toro con el que se estrenaba fue un fracaso forzoso porque derrengado de fuerzas volvió a toriles. Uno de Buenavista dio continuidad a la historia. Tuvo buen son el animal, nobleza y manejables arrancadas. La faena de Dávila contó con la voluntad de su parte y encontró mayor acople en el toreo diestro. Un pinchazo precedió a una estocada de rapidísimo efecto. Otro de El Ventorrillo suplió al quinto devuelto también por falta de fuerzas. Fue toro bueno este. Repetidor, con nobleza y bravo en la muleta de Dávila. Puso el sevillano temple y ligazón en el trasteo mientras la faena era ovacionada por un sector y protestada por otro. Ya al final se desprendió de la ayuda y por el diestro toreó sin ella. Cumplió una década después, a pesar de apenas oler los toros de la ganadería de la familia.
Flojo de remate el tercero. Un Miura sin espíritu que se mantuvo en el ruedo y que llegó a la muleta con media arrancada y ninguna gana de embestir. Pocos mimbres le quedaban a Rubén Pinar para cumplir su expediente venteño. Imposible el sexto que no embestía ni por equivocación. Topaba. Sin control. Descontrolada la tarde al completo. Un descontrol que al parecer había comenzado horas antes en los corrales de la plaza. La noche se hizo larga. Y la tarde ni les cuento. Esto es el toreo. 175 años de historia no se escriben sin éxitos. Ni fracasos.
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