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Víctor Barrio: «Me paraban por la calle y me preguntaban por qué me había retirado tan joven»
Víctor Barrio / Torero. El diestro segoviano se ha convertido en el primer nombre propio de la temporada tras cortar tres orejas en Valdemorillo después de otros tantos años sin apenas torear
El diestro segoviano se ha convertido en el primer nombre propio de la temporada tras cortar tres orejas en Valdemorillo después de otros tantos años sin apenas torear
Con el paciente estoicismo del que nunca desespera, Víctor Barrio aguardó tres años desde que la soñada alternativa en Madrid se tornó en la peor de las pesadillas. Madrid da y quita. Una espiral que todo lo atrapa, el calvario del que no torea en meses. Dos, tres paseíllos al año, cuatro a lo sumo. Una quimera. Entonces, 2015 irrumpe con un rayo de luz, Valdemorillo. Todo a una carta. Un as en la manga que el segoviano convirtió en ganador. Tres rotundas orejas con la de Cebada Gago y el pulso recobrado para encarar retos mayores, siempre y cuando ese rancio e inmóvil sistema, que no entiende de triunfos sino de nombres, lo permita.
–Enhorabuena. El triunfo era una necesidad casi tan vital como comer...
–Sí, porque llevaba años de torear muy poco y la repercusión entre los profesionales y la afición ha sido muy importante. En las últimas temporadas apenas me han visto, porque casi no me he vestido de luces, y las sensaciones que dejé fueron inmejorables para que la gente sepa ya no sólo que Víctor Barrio sigue listo y con la máxima entrega para torear, sino que, además, pudo atisbar una evolución en mi toreo durante este tiempo, ya que la mayoría me tenía un poco perdida la pista.
–Fueron dos toros y dos faenas completamente distintas, ¿cómo las recuerda?
–Ambas tuvieron el denominador común de saber dejar los nervios a un lado. Es una gran virtud para el torero que viene toreando muy poco y está en ese filo de la exigencia. Cuando afrontas un compromiso tan crucial, lograrlo es casi más complicado que luego torear bien y cuajarlo. Luego, por separado, una fue de exponer y otra de enseñar el concepto.
–Entonces, ¿una para jugarse la vida y la otra para disfrutarla soñando el toreo?
–Mira, los lances de recibo metieron enseguida al público e impactaron al tendido, pero cuando saqué luego del caballo al toro en el primer puyazo... Estaba convencido de que ese animal no tenía un pase, no me gustó nada lo que hizo. Pero bueno, no me ataqué y me convencí de que era lo que había, mi futuro estaba en juego con esa materia prima y había que exprimirla hasta donde pudiera. Con la oreja en la mano, quise más y me fui a recibirle de rodillas por faroles. El primero lo tomó bien y aquello no podía dejarlo parar. Había que insistir, ser ambicioso. Hacia la mitad de la faena, el mensaje ya estaba mandado, entonces fue cuando comprendí que era el momento de relajarse y disfrutar.
–Y lo hizo tanto que le cortó las dos orejas...
–Sí, sobre todo quería que vieran que hay más torero que ese novillero con valor que les gustaba antes de la alternativa, que también soy un torero con calidad y cualidades. Me quedo con esa verticalidad con la muleta y con haber recuperado esa variedad con el capote que me caracterizó en mis primeros años... En realidad, buena parte de la tarde fue una liberación de esos corsés de la perfección y una vuelta a los orígenes.
– Cuando salía en volandas afloraron las lágrimas, ¿de quién se acordaba?
–Del suegro de mi apoderado. Llevaba un crespón negro por él, falleció unos días antes y había sido uno de mis mayores defensores cuando no marchaban las cosas. Aunque había perdido la visión, acudía a la plaza cada tarde mía y por los sonidos, por lo que le comentaban sus hijas, disfrutaba de mis faenas. Cuando daba la vuelta al ruedo a hombros, no se me iba de la cabeza; ellas me tiraron la visera que solía llevar cada tarde de toros y la emoción fue incontrolable.
–¿Qué motiva a seguir entrenando cada mañana cuando no hay contratos?
–Las ganas de ser alguien en este mundo y el ánimo de los compañeros, de la gente del toro, de maestros como Andrés Hernando, Jaime Ostos y tantos otros que te convencen de que hay cualidades, de que tienes que estar listo para no fallar cuando se presente una ocasión como la de Valdemorillo.
–Pero tiene que ser muy duro mentalizarte sin un horizonte como destino.
–Mucho. El que te rodea no entiende que continúes ahí peleando en plena tormenta: «Para qué sigues, si no toreas». Se me hacía tan cuesta arriba como ver a mi padre levantarse cada mañana para ir a la obra, mientras yo me quedaba en casa pegando pases al viento... Luego, hay comentarios que, sin maldad, hacen mella. Un domingo en Madrid, como espectador, me preguntó un aficionado que cómo me había retirado tan pronto si aún era muy joven... A eso, en casa, no paras de darle vueltas.
–Triunfar en Valdemorillo es salvoconducto a Madrid, ¿volverá a Las Ventas este año?
–Me ilusiona regresar. Había conversaciones antes de Valdemorillo y ya puedo confirmar mi presencia en la corrida del Domingo de Resurrección y una tarde en San Isidro.
–¿Le pasó demasiado factura la tarde de su alternativa?
–Puede ser, no fue un petardo, simplemente una de esas tardes sin pena ni gloria. Pero la realidad es que los días posteriores a la alternativa fueron los peores de mi carrera. Al ver que no rodaron las cosas en un órdago tan fuerte, te vienes abajo. No quería matar la que estaba anunciado en San Isidro, le dije de presentar un parte médico a mi apoderado y darle ese puesto a otro compañero, pero me convenció de que era hacerle un feo a la empresa y tiré para adelante. La cabeza no estaba ahí y si hubiera salido un toro con opciones, estoy seguro de que ese día no hubiera estado a la altura.
–¿Se planteó colgar los trastos?
–Decidí darme un tiempo. Toreamos en Burgo de Osma y la corrida tampoco ayudó porque no sirvió nada. Me quedaba la corrida de casa, en Sepúlveda, pero tampoco me veía para torear. Maté un toro excelente en la finca de mi apoderado y fue un punto de inflexión, porque luego en el festejo salí a hombros y se desvanecieron las dudas.
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