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Artur Mas pierde su «plebiscito»

La Razón
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Artur Mas no sólo ha perdido su forzado «plebiscito», sino que, además, ha dejado una Cataluña fracturada y sin proyecto de gobierno. La primera lectura de lo sucedido ayer en el Principado es que la formación separatista impulsada desde la Generalitat ha perdido nueve escaños con respecto a los resultados que obtuvieron en noviembre de 2012 los dos principales partidos que la conforman, CDC, que se presentó con Unió, y ERC. Era una consecuencia insistentemente anunciada de un pacto contra natura que, a la postre, entrega a la izquierda radical el voto del nacionalismo conservador catalán que encarnaba CiU. En efecto, los votos de la CUP y sus diez escaños hacen la diferencia entre un Gobierno en minoría parlamentaria y otro con mayoría absoluta, pero con el agravante de que la formación anticapitalista y antisistema que lidera Antonio Baños, el mismo que pidió que la banca abandonara Cataluña y se muestra partidario de salir de la Unión Europea, tiene en su mano la estabilidad del próximo Gobierno de Juntos por el Sí, una vez que se antoja muy difícil que Artur Mas convenza a sus socios de ERC de buscar apoyos fuera del ámbito independentista. El líder de CDC se ha atado las manos y ha dejado a su partido prácticamente sin margen de maniobra. Pero, lo que es peor, ha dejado a Cataluña abocada a repetir elecciones.

Mas sabe, aunque lo oculte tras un discurso equívoco, que ha fracasado en su proyecto secesionista con más de la mitad de los ciudadanos –el 53 por ciento– que han optado por formaciones que no ponen en cuestión la pertenencia a España. Pero su fracaso es aún más evidente si tenemos en cuenta que jugaba con ventaja al desvirtuar una convocatoria electoral reglada para elegir un Parlamento autonómico, sumando paladinamente los sufragios de aquellos ciudadanos que han votado a los partidos independentistas, pero que, en muchos casos, cambiarían de postura enfrentados a la disyuntiva de tener que pronunciarse con un «sí» o un «no» sin matices ante un hipotético referéndum independentista. Ciertamente, el resto de los partidos y las principales instituciones de la sociedad civil catalana y española, incluyendo al Gobierno de la nación, se han visto obligados a entrar en el juego torticero planteado por Artur Mas, ante el riesgo de que la habitual pasividad de los sectores no nacionalistas en las convocatorias autonómicas, que siempre registran menores índices de participación, otorgaran una proyección aún más distorsionada de la realidad a los votos secesionistas. En este sentido hay que reconocer que, frente a los que criticaban que se siguiera el juego de Artur Mas, las llamadas a la movilización de estos votantes han sido determinantes en el resultado. Las elecciones de ayer han registrado una participación histórica que, sin duda, ha sido fundamental para corregir las disfunciones de un sistema electoral que prima el voto del interior rural y más catalanista frente al urbano.

Pueden engañarse los dirigentes separatistas y tratar de convencerse y de convencer al resto de los ciudadanos de que han obtenido un mandato popular para proseguir con su proyecto de independencia, pero nadie en su sano juicio forzaría un proceso de tal naturaleza contando con menos de la mitad de los votos. El futuro personal de Artur Mas parece sellado, a tenor de las intenciones expresadas por la CUP de no respaldar su investidura. Pero, a nuestro juicio, no es el problema fundamental para Cataluña, sino el periodo de inestabilidad política e institucional que se avecina ante un Parlamento al que ni siquiera se puede presentar un programa de Gobierno.

Las elecciones nos han dejado otras lecturas igualmente significativas. La subida de Ciudadanos, que ha recogido el voto útil de quienes se oponían con mayor decisión a la ruptura con España, y que es la principal causa de la caída en voto de los socialistas y de los populares. El PP obtiene un mal resultado, pero que también se explica por la falta de tiempo para consolidar la imagen y los mensajes del nuevo candidato, Xavier García Albiol. El PSC, por su parte, continúa su descenso en Cataluña, donde llegó a disputar la preeminencia a CiU, perjudicado por la ambigüedad de su discurso sobre la organización territorial del Estado y sin haber conseguido restañar las heridas de la fractura interna con el llamado sector «soberanista». También es digna de análisis la frustración de las expectativas de Podemos, cuya marca unida a Iniciativa per Cataluña ha obtenido menos escaños que en 2012, cuando la plataforma comunista se presentaba en solitario. Parte del voto antisistema y populista ha elegido a la CUP, mientras que muchos de los tradicionales electores de la formación comunista de Joan Herrera no se ven reconocidos en el discurso equidistante de Pablo Iglesias con respecto a la imbricación de Cataluña en España.