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Igual trabajo, igual salario

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Ningún factor objetivo explica la brecha salarial entre hombres y mujeres. Es ésta una forma de discriminación, que infravalora las competencias y capacidades de las mujeres, especialmente en las ocupaciones en que ellas predominan.

Las mujeres tienen unas cualificaciones tan buenas o mejores que las de los hombres, pero a menudo sus capacidades no son igual de valoradas y sus avances profesionales son más lentos.

El Convenio 100 de la OIT de 1951, relativo a la igualdad de remuneración entre la mano de obra masculina y la mano de obra femenina por un trabajo de igual valor, recoge por primera vez en un texto normativo, la igualdad salarial entre mujeres y hombres, e introduce el concepto de trabajo de igual valor.

En los EE.UU desde la Ley “Equal Pay” de 1963 firmada por el Presidente John F. Kennedy es ilegal pagar a hombres y mujeres diferentes salarios por el mismo trabajo.

Algunos países europeos, como Francia (en 1946), Alemania (en 1949) y Polonia (en 1952), incorporaron ese principio de igual salario por igual trabajo en sus propias constituciones, antes de la fundación de la Unión Europea (UE). Cuando la Comunidad Económica Europea, después la UE, fue fundada en 1957, este principio pasó a ser uno de los fundamentales del Tratado de Roma, desarrollado posteriormente en varias Directivas (75/117/EEC y 2006/54/EC).

A nivel nacional el principio de igual salario está reflejado en las legislaciones de los 28 estados miembros de la UE.

En España en la Constitución de 1978 (artículo 35) y en el Estatuto de los Trabajadores, su artículo 28 “Igualdad de remuneración por razón de sexo” establece que “El empresario está obligado a pagar por la prestación de un trabajo de igual valor la misma retribución, satisfecha directa o indirectamente, y cualquiera que sea la naturaleza de la misma, salarial o extrasalarial, sin que pueda producirse discriminación alguna por razón de sexo en ninguno de los elementos o condiciones de aquella”.

Sin embargo, con esta normativa como ocurre con otras muchas leyes, todavía estamos lejos de su aplicación real. Las mujeres ganan, de media, un 20% menos que los hombres. Si continúan las tendencias actuales esta brecha salarial tardará en cerrarse 170 años.

Las diferencias salariales se extienden independientemente del tipo de contrato, jornada, de la educación, o la franja de edad. De hecho, la diferencia de sueldos entre mujeres y hombres se mantiene en todos los niveles de formación, incluso se ensancha entre las personas con más formación.

En profesiones donde predominan las mujeres, los salarios son generalmente más bajos que la media. En España casi el 13% de los trabajadores tienen ganancias bajas y de ellos, el 64% son mujeres. Hay más mujeres que hombres entre los trabajadores que cobran el salario mínimo interprofesional.

El impacto de esas diferencias salariales sobre las mujeres es que obtienen menos ingresos a lo largo de sus vidas, lo que conduce a pensiones más bajas y a un mayor riesgo de pobreza en la tercera edad.

Los estereotipos sociales que llevan a las mujeres a asumir las tareas de cuidadoras de hijos y mayores, y las dificultades de conciliación de la vida laboral y personal influyen en las diferencias salariales entre hombres y mujeres. Las responsabilidades familiares no se comparten de manera equitativa. Como consecuencia, las mujeres interrumpen más frecuentemente su carrera profesional y a menudo no vuelven a ocupar un puesto de trabajo a tiempo completo. Muy a menudo las mujeres trabajan a tiempo parcial y en trabajos temporales, que tienen unos salarios por hora más reducidos.

Son necesarias acciones complementarias que permitan reducir esa brecha salarial. Una de las maneras es mejorando la conciliación familiar y laboral. El permiso de paternidad tiene un uso muy bajo, de apenas el 10% en España. Para mejorar esa cifra debería ser obligatorio acogerse a una parte del permiso de paternidad, al menos durante uno o dos días de las dos semanas que permite la ley en España. Otra alternativa puede ser incentivar fiscalmente acogerse a ese permiso, algo que ya ocurre en Alemania.

Eliminar las diferencias salariales entre hombres y mujeres produciría beneficios para la economía y para la sociedad en general. Utilizando los talentos y las capacidades de las mujeres de manera más eficaz, valorando sus capacidades, ofreciéndoles una remuneración justa por sus competencias y diseñando políticas efectivas de conciliación de la vida laboral y familiar.