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Harry Bosch tiene honor

El detective más famoso de Connelly se enfrenta a un nuevo y apasionante caso

Harry Bosch tiene honor
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El detective más famoso de Connelly se enfrenta a un nuevo y apasionante caso.

Después de veintiún títulos del detective Harry Bosch, es fácil resumir sus características por la sencillez de sus narraciones, la lógica de sus intrigas y la pulcritud con la que cuenta sus historias criminales. Todo parece fluir como un río caudaloso hacia su fin, y no por previsible resulta menos inquietante. La descripción de Los Ángeles no puede ser más cotidiana, ajena a la ambientación negra de los maestros del «hard boiled» y del expresionismo de las películas que mitificaron el género. Bosch se mueve con soltura por ese mastodóntico espacio urbano, una ciudad luminosa, totalmente dominada por los hispanos y su lengua.

Analizadas con perspectiva histórica, además del envejecimiento del héroe, su jubilación y las apariciones siempre curiosas de su hermanastro Mick Haller, el «abogado del Lincoln», que en «El lado oscuro del adiós» vuelve a hacer un cameo, se aprecia cómo la intriga cede ante la investigación minuciosa, la lógica de los casos en que trabaja y cierta fosilización del proceso, brillante pero recurrente.

Michael Connelly parte del esquema clásico: alguien le pide a Bosch que busque a una persona mientras reconstruye un «caso abierto», que es a lo que se dedica el detective en su vejez policial. A partir de ese momento se transforma en una máquina que indaga, reconstruye el ayer con pericia, mientras lo alterna con otro caso, hasta que ambos se entrecruzan, si no policiacamente, sí vitalmente. Harry Bosch es un detective quejicoso; más que rebelde, puñetero; siempre a su aire, pisoteando con su independencia la fina línea roja de las formalidades y el procedimiento. Su austeridad y estricta rectitud casan mal con el sentido del humor y el sarcasmo. Es un Philip Marlowe despojado de todo idealismo romántico. Su mundo tiene la lógica del sentido común. Su moralidad es incuestionable. Es un referente, el patrón oro de los investigadores clásicos y modernos. No hay resquicios por los que pueda colarse la duda ética, y, si se diera, no dudaría en replantear el caso para adecuarlo a su férrea línea moral indubitable.

piezas que encajan

Lo mejor que puede decirse de este clásico de la novela negra actual es que sus tramas son de una racionalidad aplastante, cartesianas, mientras que la acción, el gusto por la intriga oscura o enrevesada, es mínima, la justa. Connelly es un escritor ligero, guiado por la lógica de la investigación, un poco al modo de Lew Archer, de Ross MacDonald, que a la larga resulta previsible, aunque el placer de la repetición nunca es desdeñable y menos cuando las piezas encajan a medida que aparecen.

El lector de estas novelas es tan constante como un reloj digital, incapaz de sustraerse al discreto encanto de repetir una historia de amor aunque acabe con un orgasmo fingido, frente a autores que lo embarcan en una montaña rusa y lo dejan caer en el vacío a sabiendas de que acabarán en el gatillazo de los lugares comunes.

En esta novela, evidente homenaje posmoderno a «El largo adiós» de Chandler, el dilema moral se plantea entre su actividad privada, el contrato de un millonario moribundo para que encuentre a su hijo, y el caso de un violador. Parecerá poca cosa en un país que no distingue entre intereses privados y recursos públicos, pero para Bosch supone perder su placa de policía jubilado de San Fernando y algo aún peor, el honor. Siempre es un placer leer a Michael Connelly.