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Mirar el mundo cabeza abajo

Grossman traza una intensa metáfora del pueblo judío en «Gran Cabaret»

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Considerado uno de los mejores escritores israelíes contemporáneos y habitual candidato al Premio Nobel, David Grossman (Jerusalén, 1954) nos sorprende con una novela en la que el dolor y la muerte se abren paso a través del humor. La acción se desarrolla en Natanya, una pequeña ciudad en la costa de Cesarea. En un pequeño cabaret actúa Dóvaleh Grinstein, un cómico de 57 años. Entre el público se encuentra un juez jubilado al que conoció en la adolescencia y al que ha pedido que asista a su espectáculo.

Los chistes van dejando paso a un monólogo en el que Dóvaleh cuenta su vida, su infancia difícil en una familia humilde, hijo único de un barbero y una superviviente del Holocausto; el acoso al que le sometían los demás niños porque era bajito y feo, y su recurso para que le dejaran en paz: andar con las manos.

Un caballo entra en un bar

Hasta que llega a un momento clave de su vida, cuando a los 13 años estuvo en un campamento militar en el que también estaba el juez y del que tuvo que irse rápidamente porque algo grave había pasado en su familia. El título original del libro, «Un caballo entra en un bar y...», es una alusión directa a esa forma de humor cotidiano que son los chistes, pero también es una referencia a lo absurdo, al estupor que puede causar lo imprevisible. Una vez más el cabaret es el espacio donde cabe la vida con todas sus posibilidades. Grossman muestra el dolor que heredaron los hijos de los supervivientes del Holocausto, pero también se atreve a abordar la Shoá con humor e incluso bromea sobre Mengele. Como dijo Freud, las bromas judías son agudas cuando las hacen los mismos judíos, si no, son chascarrillos de mal gusto. En el núcleo están la muerte y el dolor por la pérdida y si en su gran novela «La vida entera» (2010) una mujer andaba sin rumbo por Israel, convencida de que si no estaba en casa no podrían notificarle la muerte de su hijo y entonces no moriría, aquí hay un niño convencido de que si piensa en sus padres con la suficiente intensidad no podrán morirse. Ésa es la clave, la intensidad del miedo, del dolor, de la soledad y la habilidad del gran escritor que es Grossman para transmitirla. En la memoria del lector permanecerá la imagen de ese niño que hace algo inaudito: andar cabeza abajo pensando que así no se fijarán en él. Quizá sea una metáfora del pueblo judío.