Conciertos

Orquestas rebeldes

La Razón
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A la gran época en que nuestros cantantes líricos paseaban el nombre de España por todo el mundo parece sucederle la de los directores. Cierto es que siempre les ha sido más fácil ser famosos, ya que su trabajo es mucho más etéreo. En él es más fácil el gato por liebre. Hay miles de anécdotas respecto a lo que es el trabajo del director de orquesta, tal y como se encargaron de relatar Miguel Ángel Gómez Martínez y José Luis Pérez de Arteaga en La Quinta de Mahler dentro del ciclo «Perspectivas», que se cerrará el día 14 con Vela del Campo dialogando sobre los medios y la música. Gómez Martínez es una de nuestras batutas internacionales, pero nunca se ha subido al podio de la Filarmónica de Berlín, aunque sí al de otra igual de célebre como es la de Viena. Sólo 9 españoles han dirigido a los berlineses. Joan Lamote de Grignon, fundador de la Orquesta Sinfónica de Barcelona y de la Municipal de Valencia, abrió en 1913 la senda por la que luego siguieron Argenta, Frühbeck, Cristóbal Halffter, López Cobos, Ros Marbá, Plácido Domingo y recientemente Heras-Casado y Juanjo Mena. Podría contar varias anécdotas que demuestran que en los directores no siempre es oro todo lo que reluce. Se cuenta que a uno de los citados le «recomendó» el concertino tras uno de los primeros ensayos: «Maestro, usted no se moleste ni preocupe, que esta obra la hemos tocado muchas más veces que usted. Limítese a mover la batuta, que nosotros sabemos lo que tenemos que hacer». Sin embargo, tampoco es que los chicos de la Filarmónica de Berlín sean santos. Basta recordar el enquistamiento contra la clarinetista Sabine Meyer en 1983, que les llevó al principio de lo que más tarde sería su ruptura con el todopoderoso Karajan. Esta orquesta, que se autogestiona, también ha tenido sus más y sus menos con sus sucesores, Abbado y el propio Rattle. Algunas cosas hasta pueden parecer razonables, pero no lo es que Juanjo Mena empiece a ensayar la «Iberia» de Debussy y la orquesta no la haya trabajado en condiciones o que en la plantilla haya unos cuantos segundones. Mena ya tiene tras de sí una seria carrera, por eso bien pudo permitirse decir a los músicos: «Señores, están desafinados». A veces las orquestas se merecen una reprimenda por muy famosas que sean y un director sólido ha de enfrentarse a ello a pesar de eventuales consecuencias. Bien por Mena. ¡Para qué contarles lo que habría que hacer en Sevilla cuando un instrumentista se niega a tocar su parte en un ensayo y el director ha de tararearla!