Estreno

«Calígula» (***): Camus, Gas... y el hombre en guerra consigo mismo

«Calígula» (***): Camus, Gas... y el hombre en guerra consigo mismo
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Autor: Esquilo. Director: Mario Gas. Intérpretes: Pablo Derqui, Borja Espinosa, Pep Ferrer, Mónica López, Pep Molina, Anabel Moreno... Festival de Mérida. Hasta el domingo.

Aunque tamizándolas, lógicamente, en el cedazo de su propio y complejo pensamiento -que a su vez se nutría, en algunos aspectos, de autores como Nietzsche y de movimientos como el nihilismo-, Albert Camus retomó en Calígula, con una carga más filosófica que estrictamente literaria o poética, algunas preocupaciones fundamentales del Romanticismo como son la búsqueda de la libertad en términos absolutos y la posibilidad real que pueda tener o no el individuo para ejercer esa libertad desafiando cualquier idea del destino o de Dios. Pero Camus era Camus, y su originalidad a la hora expresar sus inquietudes hizo que los fríos constructos que abordaba terminasen finalmente ataviados de una extraña y sutil poesía que resultaba ajena a la corriente del absurdo en la que algunos pretendían encuadrar la obra. Y esa “elegancia” literaria que ya señaló el crítico Martin Esslin, ese “estilo racional y discursivo”, es el que parece que ha primado en la inteligente aproximación del director Mario Gas a este gran clásico moderno del teatro sobre el cual ha levantado un montaje que asombra, golpea y hace pensar.

Una enorme tarima inclinada de madera –es curioso que Paco Azorín haya diseñado una escenografía tan sumamente parecida a la que acaba de hacer para el Centro Dramático Nacional en “Inconsolable” – ocupa toda la parte central del escenario del Teatro Romano; es el palacio de Calígula y en él se concentra toda la acción de esta obra que parte argumentalmente de la pena del protagonista por la muerte de su hermana y amante Drusila. Su aflicción ante las leyes inexorables que rigen el mundo y la vida (“Las cosas como son no me gustan...”, afirma, y “Los hombres mueren y no son felices...”) le lleva a rebelarse contra ellos; su alma se transforma y su ideario también. Decide, en adelante, retar cualquier imperativo de los dioses y colocarse incluso por encima de ellos obedeciendo exclusivamente a su voluntad; y comienza, a tal fin, por ordenar a Helicón que le traiga la luna, un elemento que se convierte en fundamental a lo largo de toda la obra como símbolo de lo absoluto, de lo inalcanzable. A partir de aquí, el público asistirá a la delirante lucha de un hombre contra las propias leyes de su existencia.

Y para encarnar a ese hombre total y biforme -ser propiamente humano y a la vez ser abstracto, conceptual-, a ese Calígula que se erige en protagonista absoluto de la función y que domina a todos los demás personajes no solo en el argumento, sino también en la interacción dramática que establece Camus, hacía falta un actor de mucho talento y versatilidad que fuera capaz de conjugar nervio y templanza, y que supiera llegar al espectador simultáneamente por vía intelectual y por vía puramente visceral. Pablo Derqui, desde luego, es ese actor, capaz prácticamente de todo; y aquí, en la piel de Calígula, cumple con su difícil cometido de forma sobresaliente. No cabe decir mucho más sobre él: está simplemente fantástico. Lástima que junto a él, en la galería de personajes a los que Antonio Belart -sin duda, uno de nuestros mejores figurinistas- ha vestido impecablemente con aroma a los años previos a la Segunda Guerra Mundial -un acontecimiento que marcó para el propio Camus la elaboración del texto-, solo destaque en el elenco Mónica López, que resuelve con su habitual y exquisita solvencia la interpretación de la amante del emperador, Cesonia, un trabajo menor, por otra parte, o más sencillo, dentro de su apabullante trayectoria artística. Sin embargo, los demás actores, todos de sobrada experiencia, incorporan, no sé si bajo alguna consigna de dirección o no, a unos patricios que adolecen de cierta rigidez física y verbal, especialmente en el primer acto, como si quisieran remarcar su condición de seres desposeídos incluso de sus vidas en la desnaturalizada relación que establecen con Calígula. El caso es que sus personajes quedan un tanto hieráticos, si bien es cierto que al menos Borja Espinosa y Bernat Quintana se van soltando a medida que avanza la representación y logran infundir finalmente algo de sustancia a Quereas y Escipión, respectivamente.

Con todo, la corrección formal se impone desde el primer minuto en todos los aspectos y el espectador sale del teatro teniendo la sensación de que ha visto una obra profunda y difícil y de que se la han contado muy bien.